![[personal profile]](https://www.dreamwidth.org/img/silk/identity/user.png)
Tema: #11 Rebelión
Personaje: Kyle Makepeace
Rating: NC-13
Advertencias: ¿Violencia?
Tabla: Inteligencia emocional
Notas de autor: Bien, esto demuestra que, pese a todo, Kyle es idiota un 25% del tiempo. El resto del tiempo lo dedica a ser masoca *smile* Lo lamento si el fic no es muy entendible.
Personaje: Kyle Makepeace
Rating: NC-13
Advertencias: ¿Violencia?
Tabla: Inteligencia emocional
Notas de autor: Bien, esto demuestra que, pese a todo, Kyle es idiota un 25% del tiempo. El resto del tiempo lo dedica a ser masoca *smile* Lo lamento si el fic no es muy entendible.
Rebelión
El humo penetra lentamente a sus pulmones, rasguñando su garganta y haciéndole toser con fuerza cuando trata de respirar. Con la mejilla pegada a la fría pared de cerámica grisácea, entreabre los labios y deja salir lo que queda, ojos cerrados y llorosos. Está en el baño del segundo piso de su casa, por ser el más grande y porque la ventana se abre más fácil y así saldrá el olor, porque ahí es más fácil que le descubran.
No es del todo su culpa y se place en recordárselo varias veces. Fue su hermano quien le metió la idea en la cabeza, fue William quien le tentó al repetirle muchas veces que no lo hiciera. Pero fue él quien se atrevió a entrar a la habitación de sus padres, lugar prohibido y rebuscar entre los cajones, hasta hallar la cajetilla de cigarrillos, Kent silver 4, blanco y azul y la verdad no le importa mucho lo que sea.
Vuelve a dar otra calada y la asfixia se va yendo, despacio, aunque queda el sabor extraño en la boca y el olor dando vueltas, que le marea poco a poco. Abre un poco los ojos, mirando en el espejo su figura, el cigarrillo encendido en su mano y la sonrisa estúpida en sus labios mientras desde su lugar en aquella esquina solitaria escucha el sonido de una puerta abriéndose. Casi puede imaginar el rostro de su padre. Vuelve a aspirar.
Ha dejado un desastre, la clara marca de que ha estado ahí. Casi como una nota que dice 'mírame, puedo hacerlo' y no sabe si es la edad o sólo que ya estaba harto y su cuerpo, su mente, su espíritu reclamaba un poco de libertad. Sabe bien que tomó los cigarrillos y antes de cerrar, planeando dejar intacto, revolvió su interior, cerrándolo con un duro golpe. A la basura los planes. Y en la mesa de noche el joyero viejo se ha volcado, dejando caer al suelo los aretes de jaspe, las cadenas de oro y él tiene en su bolsillo aquel anillo coronado por un ópalo rosa. La cama está desecha y se ensañó con la pintura de su abuela, casi tentado a romperla, pero sin el valor suficiente.
Escucha un portazo más, maldiciones murmuradas por lo bajo y los pasos por el pasillo. Ríe internamente cuando se da cuenta que su tutor le busca y ríe más cuando escucha que regaña a su hermana, que le exige saber su paradero y ella, inocente, sin saber de nada, trata desesperadamente de encontrarle. Aunque mejor dicho, escapa. Sí, se va, seguramente va a buscarlo al parque, en algún lugar, esperando que esté con su hermano mayor. Kyle vuelve a reír y enciende otro cigarrillo.
- ¡Kyle!
Los pasos se acercan, su cuerpo se tensa y el cigarrillo no llega a sus labios. Piensa, tumbado contra la pared, en lo que va a hacer, en lo que va a pasar.
- ¡Kyle!
Y ya está frente a la puerta. Escucha los intentos de William por girar la perilla, sin éxito. Kyle se mueve lentamente, entorpecido y tallándose los ojos, se levanta y se recarga contra la puerta, sin abandonar la sonrisa que está hueca.
- ¿Sí, Will? - Suelta, fingiendo la mayor inocencia del mundo pero la voz un poco ronca. Se lleva el cigarrillo a los labios y lo mantiene ahí, aprendiendo a equilibrarlo. - ¿Se le ofrece algo?
William percibe el olor, le es demasiado familiar y en un arranque de ira golpea la puerta, una patada que le duele más a él de lo que podría dolerle a ese objeto inanimado. Es impotencia, es ira y también bastante culpabilidad.
- Abre - Ordena, simplemente, apretando los puños.
Kyle quiere reír. Una parte, claro está, quiere reír y burlarse de William en su cara. Will le subestima, pero él es capaz de muchas cosas. Otra parte, no sabe si más racional, más emocional o simplemente idiota, ya está temblando cuando sus manos giran la perilla y le abre, borrando la sonrisa, mirada indiferente y con todo el descaro del mundo manteniendo el bendito cigarrillo en sus labios.
No dura mucho el contacto visual, carmesí contra el azul apagado de sus ojos, cuando siente el ardor del golpe que le ha sido propinado, la palma contra su mejilla, dejando marcados los dedos en su piel. Y se repite, del mismo lado y siente el sabor metálico -un poco amargo - de su sangre dentro de su boca. El cigarrillo cae, pero la sonrisa resurge.
- ¿Eso es todo?
Escupe las palabras y se atreve a mirarlo. Se encuentra de pronto contra la pared del pasillo -cómo y cuándo dieron vuelta no lo sabe - y William se acerca y vuelve a golpear, puño cerrado, golpe certero y a Kyle no puede importarle porque el dolor físico es sólo eso. Ya ha tenido mucho en sus doce años de vida y un poco más no le va a matar.
- Nunca vuelvas a hablarme así, bastardo
Siente que se asfixia porque su tutor, su padre, le aprieta un poco el cuello y arrincona y Kyle lo siente. Su aliento, el calor que irradia y ese aroma a loción cara, cigarrillo fino y besos ajenos. Con los ojos cerrados sabe que es su padre y que está golpeándolo y de una manera, retorcida como siempre, le parece divertido que William de pronto se halla vuelto tan fuerte, tan imponente y esté tan cerca. Y más curioso le parece que ni siquiera trate de defenderse. Que le agrade, que le asombre. Que...
William lo suelta y le toma bruscamente de la muñeca, halándole hasta el interior de la habitación desordenada, cierra la puerta y algo en Kyle tiembla, se estremece, espera lo peor.
Lo demás ocurre muy rápido. Un empujón, dejándole con el rostro pegado a la pared, haciéndole soltar un quejido apenas nacimiento de un reclamo. La varita contra él, las cuerdas en sus muñecas, lacerando apenas un poco, ni siquiera se inmuta, bajando la cabeza, resignado. Había imaginado otras cosas, mucho peores, así que ese castigo no puede ser tan malo. Cierra los ojos y espera.
El primer golpe llega, y se estremece, tiembla y se muerde los labios porque no va a gritar. No va a perder, aún no.
- Nunca vuelvas a desobedecer – Y remarca el nunca y Kyle casi puede sonreír.- Tienes que aprender a nunca desobedecerme.
Llega el segundo golpe y teme que su camisa se rompa o algo así, porque aquellos golpes, rápidos y profundos, latigazos de dolor, casi pareciera que tuviese espinas, le hacen flaquear. Pero no va a pedir perdón y abre los ojos, observando de reojo los cajones aún revueltos. Los cierra porque han llegado un tercero y cuarto golpe, terminando por un quinto. Abre la boca, pero no grita. No tiene voz y así es mejor. Las cuerdas desaparecen y está por caer de rodillas, pero se sostiene.
- Lo siento... – Y se sorprende porque es la voz de William. Siente que le abraza, por detrás y le duele y probablemente está sangrando, pero se deja. William susurra y trata de tranquilizarle, porque de un momento a otro se ha roto y está a punto de llorar, sus manos se aferran a las del adulto y se deja caer, sin fuerzas. En sus palabras, Kyle encuentra culpabilidad y remordimiento, preocupación y algo, sólo un poco de miedo.
- Lo siento – Vuelve a musitar, labios contra su frente y limpiando el sudor de su sien. El menor no le mira, no quiere verle y no quiere caer. Escucha la oración repetida varias veces, con voz profunda y casi como un rezo. La sonrisa va regresando poco a poco.
- No dejaré que quede cicatriz – Remarca el hombre y el niño quiere reír por el absurdo que supone. Es una más, una menos y no es importante porque ni siquiera es su cuerpo.
Le permite al hombre llevarlo al baño, cambiar las prendas –camisa rota por una nueva-, limpiar las recientes heridas y curar en apariencia. Le permite las caricias, los abrazos, besos hipócritas y todo vale la pena por ese arrepentimiento, esa aprensión y Kyle sabe que la mente de Will trabaja rápido, buscando excusas para dar ante Loren, buscando alguna manera safarce de la situación. Sabe que William se desespera. La sonrisa se amplia. William es el que suplica, él no ha pedido perdón. Ha ganado.
Cuando Aishi regresa, él ya está en cama, vendas correctamente colocadas, cabello húmedo porque ha debido bañarse y el olor a tabaco y manzanas que ha quedado en su aliento.
- ¿Qué pasó?
Ella se acerca, pero no toca y se sienta al borde de la cama. Kyle apenas la mira, entretenido, acostado boca abajo, en la contemplación del espacio vacío. Vuelve a sonreír y Aishi se siente extraña, incómoda, como ante un desconocido.
Kotaro, con la mirada fría de siempre, pero una sonrisa cómplice en labios se adelanta y en un gesto inesperado, revuelve el cabello de su hermano –medio hermano – y parece orgulloso.
- Lo hiciste...
- Lo hice enojar.
El castaño se ríe, fuerte y Aishi sigue sin comprender y retrocede, sintiéndose por completo fuera de lugar. Kyle se recarga, un poco, nunca demasiado, en su hermano y suspira. Y sabe bien que en un rato más Kotaro asumirá su rol de hermano mayor, le reñirá y verá sus heridas, le llamará estúpido y le echará en cara aquel episodio de adolescente inmaduro. Además, sabe que nunca volverá a tocar un cigarrillo.
- Sí, lo hiciste.
Kotaro sigue acariciando sus cabellos y él se deja, sin resistencias, sin reproches y casi, casi puede decir que lo quiere. Kyle tiene algo más que decir, antes de sentirse por completo satisfecho y lo dice, con la sonrisa burlona y esa sensación extraña.
- Y, ¿sabes? Valió la pena.
No es del todo su culpa y se place en recordárselo varias veces. Fue su hermano quien le metió la idea en la cabeza, fue William quien le tentó al repetirle muchas veces que no lo hiciera. Pero fue él quien se atrevió a entrar a la habitación de sus padres, lugar prohibido y rebuscar entre los cajones, hasta hallar la cajetilla de cigarrillos, Kent silver 4, blanco y azul y la verdad no le importa mucho lo que sea.
Vuelve a dar otra calada y la asfixia se va yendo, despacio, aunque queda el sabor extraño en la boca y el olor dando vueltas, que le marea poco a poco. Abre un poco los ojos, mirando en el espejo su figura, el cigarrillo encendido en su mano y la sonrisa estúpida en sus labios mientras desde su lugar en aquella esquina solitaria escucha el sonido de una puerta abriéndose. Casi puede imaginar el rostro de su padre. Vuelve a aspirar.
Ha dejado un desastre, la clara marca de que ha estado ahí. Casi como una nota que dice 'mírame, puedo hacerlo' y no sabe si es la edad o sólo que ya estaba harto y su cuerpo, su mente, su espíritu reclamaba un poco de libertad. Sabe bien que tomó los cigarrillos y antes de cerrar, planeando dejar intacto, revolvió su interior, cerrándolo con un duro golpe. A la basura los planes. Y en la mesa de noche el joyero viejo se ha volcado, dejando caer al suelo los aretes de jaspe, las cadenas de oro y él tiene en su bolsillo aquel anillo coronado por un ópalo rosa. La cama está desecha y se ensañó con la pintura de su abuela, casi tentado a romperla, pero sin el valor suficiente.
Escucha un portazo más, maldiciones murmuradas por lo bajo y los pasos por el pasillo. Ríe internamente cuando se da cuenta que su tutor le busca y ríe más cuando escucha que regaña a su hermana, que le exige saber su paradero y ella, inocente, sin saber de nada, trata desesperadamente de encontrarle. Aunque mejor dicho, escapa. Sí, se va, seguramente va a buscarlo al parque, en algún lugar, esperando que esté con su hermano mayor. Kyle vuelve a reír y enciende otro cigarrillo.
- ¡Kyle!
Los pasos se acercan, su cuerpo se tensa y el cigarrillo no llega a sus labios. Piensa, tumbado contra la pared, en lo que va a hacer, en lo que va a pasar.
- ¡Kyle!
Y ya está frente a la puerta. Escucha los intentos de William por girar la perilla, sin éxito. Kyle se mueve lentamente, entorpecido y tallándose los ojos, se levanta y se recarga contra la puerta, sin abandonar la sonrisa que está hueca.
- ¿Sí, Will? - Suelta, fingiendo la mayor inocencia del mundo pero la voz un poco ronca. Se lleva el cigarrillo a los labios y lo mantiene ahí, aprendiendo a equilibrarlo. - ¿Se le ofrece algo?
William percibe el olor, le es demasiado familiar y en un arranque de ira golpea la puerta, una patada que le duele más a él de lo que podría dolerle a ese objeto inanimado. Es impotencia, es ira y también bastante culpabilidad.
- Abre - Ordena, simplemente, apretando los puños.
Kyle quiere reír. Una parte, claro está, quiere reír y burlarse de William en su cara. Will le subestima, pero él es capaz de muchas cosas. Otra parte, no sabe si más racional, más emocional o simplemente idiota, ya está temblando cuando sus manos giran la perilla y le abre, borrando la sonrisa, mirada indiferente y con todo el descaro del mundo manteniendo el bendito cigarrillo en sus labios.
No dura mucho el contacto visual, carmesí contra el azul apagado de sus ojos, cuando siente el ardor del golpe que le ha sido propinado, la palma contra su mejilla, dejando marcados los dedos en su piel. Y se repite, del mismo lado y siente el sabor metálico -un poco amargo - de su sangre dentro de su boca. El cigarrillo cae, pero la sonrisa resurge.
- ¿Eso es todo?
Escupe las palabras y se atreve a mirarlo. Se encuentra de pronto contra la pared del pasillo -cómo y cuándo dieron vuelta no lo sabe - y William se acerca y vuelve a golpear, puño cerrado, golpe certero y a Kyle no puede importarle porque el dolor físico es sólo eso. Ya ha tenido mucho en sus doce años de vida y un poco más no le va a matar.
- Nunca vuelvas a hablarme así, bastardo
Siente que se asfixia porque su tutor, su padre, le aprieta un poco el cuello y arrincona y Kyle lo siente. Su aliento, el calor que irradia y ese aroma a loción cara, cigarrillo fino y besos ajenos. Con los ojos cerrados sabe que es su padre y que está golpeándolo y de una manera, retorcida como siempre, le parece divertido que William de pronto se halla vuelto tan fuerte, tan imponente y esté tan cerca. Y más curioso le parece que ni siquiera trate de defenderse. Que le agrade, que le asombre. Que...
William lo suelta y le toma bruscamente de la muñeca, halándole hasta el interior de la habitación desordenada, cierra la puerta y algo en Kyle tiembla, se estremece, espera lo peor.
Lo demás ocurre muy rápido. Un empujón, dejándole con el rostro pegado a la pared, haciéndole soltar un quejido apenas nacimiento de un reclamo. La varita contra él, las cuerdas en sus muñecas, lacerando apenas un poco, ni siquiera se inmuta, bajando la cabeza, resignado. Había imaginado otras cosas, mucho peores, así que ese castigo no puede ser tan malo. Cierra los ojos y espera.
El primer golpe llega, y se estremece, tiembla y se muerde los labios porque no va a gritar. No va a perder, aún no.
- Nunca vuelvas a desobedecer – Y remarca el nunca y Kyle casi puede sonreír.- Tienes que aprender a nunca desobedecerme.
Llega el segundo golpe y teme que su camisa se rompa o algo así, porque aquellos golpes, rápidos y profundos, latigazos de dolor, casi pareciera que tuviese espinas, le hacen flaquear. Pero no va a pedir perdón y abre los ojos, observando de reojo los cajones aún revueltos. Los cierra porque han llegado un tercero y cuarto golpe, terminando por un quinto. Abre la boca, pero no grita. No tiene voz y así es mejor. Las cuerdas desaparecen y está por caer de rodillas, pero se sostiene.
- Lo siento... – Y se sorprende porque es la voz de William. Siente que le abraza, por detrás y le duele y probablemente está sangrando, pero se deja. William susurra y trata de tranquilizarle, porque de un momento a otro se ha roto y está a punto de llorar, sus manos se aferran a las del adulto y se deja caer, sin fuerzas. En sus palabras, Kyle encuentra culpabilidad y remordimiento, preocupación y algo, sólo un poco de miedo.
- Lo siento – Vuelve a musitar, labios contra su frente y limpiando el sudor de su sien. El menor no le mira, no quiere verle y no quiere caer. Escucha la oración repetida varias veces, con voz profunda y casi como un rezo. La sonrisa va regresando poco a poco.
- No dejaré que quede cicatriz – Remarca el hombre y el niño quiere reír por el absurdo que supone. Es una más, una menos y no es importante porque ni siquiera es su cuerpo.
Le permite al hombre llevarlo al baño, cambiar las prendas –camisa rota por una nueva-, limpiar las recientes heridas y curar en apariencia. Le permite las caricias, los abrazos, besos hipócritas y todo vale la pena por ese arrepentimiento, esa aprensión y Kyle sabe que la mente de Will trabaja rápido, buscando excusas para dar ante Loren, buscando alguna manera safarce de la situación. Sabe que William se desespera. La sonrisa se amplia. William es el que suplica, él no ha pedido perdón. Ha ganado.
Cuando Aishi regresa, él ya está en cama, vendas correctamente colocadas, cabello húmedo porque ha debido bañarse y el olor a tabaco y manzanas que ha quedado en su aliento.
- ¿Qué pasó?
Ella se acerca, pero no toca y se sienta al borde de la cama. Kyle apenas la mira, entretenido, acostado boca abajo, en la contemplación del espacio vacío. Vuelve a sonreír y Aishi se siente extraña, incómoda, como ante un desconocido.
Kotaro, con la mirada fría de siempre, pero una sonrisa cómplice en labios se adelanta y en un gesto inesperado, revuelve el cabello de su hermano –medio hermano – y parece orgulloso.
- Lo hiciste...
- Lo hice enojar.
El castaño se ríe, fuerte y Aishi sigue sin comprender y retrocede, sintiéndose por completo fuera de lugar. Kyle se recarga, un poco, nunca demasiado, en su hermano y suspira. Y sabe bien que en un rato más Kotaro asumirá su rol de hermano mayor, le reñirá y verá sus heridas, le llamará estúpido y le echará en cara aquel episodio de adolescente inmaduro. Además, sabe que nunca volverá a tocar un cigarrillo.
- Sí, lo hiciste.
Kotaro sigue acariciando sus cabellos y él se deja, sin resistencias, sin reproches y casi, casi puede decir que lo quiere. Kyle tiene algo más que decir, antes de sentirse por completo satisfecho y lo dice, con la sonrisa burlona y esa sensación extraña.
- Y, ¿sabes? Valió la pena.