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Tema: #6 Aprendizaje
Personaje: Kyle Makepeace
Rating: G.
Tabla:
Inteligencia emocional
Notas de autor: ... definitivamente, no es ni medianamente parecido a lo que tenía pensado. Pero buen.

Aprendizaje


Tiene cuatro años cuando comete el primer error que le lastima. Tiene cuatro años y en su hogar hay fiesta, reservada a las personas que trabajan con su padre. Viste de verde y corbata marrón, zapatos negros y deleita a los invitados con su inocencia, su mente despierta y las canciones sencillas que logra tocar -lentamente porque aun no las sabe bien- en el piano de su casa. Una mujer se acerca, lo toma en brazos, le hace cariños y él se deja, sin reclamos. Ella le hace preguntas, sobre su nombre, su edad, sus gustos y cómo le dice su padre. No lo piensa mucho antes de responder “bastardo”, con una r mal pronunciada y demasiada fuerza en la b. La mujer parece asombrada y le deja en el suelo, habla por lo bajo con el resto. Al final de la velada, William se ha enterado.

Esa noche, William va a su habitación y cierra la puerta bajo llave. Loren toca la puerta, repite que es sólo un niño y parece estar a punto de llorar. A los cuatro años, tras una velada, entre los gritos de su madre y un par de bofetadas que le hacen sangrar, Kyle aprende a callar.

Tiene seis años cuando la conoce. Ojos verdes, cabello castaño, piel todavía clara y una sonrisa pícara que reclama atención. Al principio le desagrada, porque está todo el día a su lado y le jala de los brazos, pica sus mejillas y de vez en cuando le revuelve el cabello. También le dice que lo quiere, que es lindo, que se casará con él y que le molesta mucho que no sonría, pero así le gusta. Ella se abraza a su brazo y le hala hasta el patio de juegos. Sube a uno de los columpios y Kyle empuja, mientras ella pide más fuerza y extiende una mano hacia las nubes y entre risas clama ‘más alto, quiero tocar’.

Juegan toda la tarde y cuando vienen por ella, se despide con un abrazo, un beso y un hasta luego. No dice adiós. Al día siguiente regresa, y al siguiente y muchos más. Kyle aprende, poco a poco, a sonreír.

Tiene siete años cuando ocurre el accidente. Sin Loren, sin Kotaro, sin Aishi. William está a su lado y a la vez no está, ausente. Teme tocarlo, teme que al rozarlo se desvanezca y se quede sin ancla a qué aferrarse. Juega y no habla porque entre las cosas que ha aprendido están el no hablar si su tutor no lo pide y no molestar con sus estupideces. Le mira irse, siente los celos y luego los olvida. Juega, se aburre, camina, sigue jugando, su carrete gira, se desliza, lo sigue, el juego no acaba. La puerta se cierra, las manos lo tocan, el juego lastima, los besos asfixian, las caricias hieren, las palabras son frías, siguen jugando, quiere parar. No entiende, pero el juego ha acabado y se siente mal. El carrete en segundo plano sigue en el suelo, él está en la cama, de sus ropas no sabe.

Su tutor lo encuentra, lo abraza, lo besa. El mundo deja de existir por unos instantes y Kyle se permite ceder. Trata de callar, pero pregunta. “Juegos de adultos” es la respuesta y trata de creerla, mientras se aferra a lo único que cree real. A los siete años, Kyle aprende lo que es necesidad.

Tiene ocho años cuando la tormenta le atrapa. Lluvia y truenos y mucho calor, humedad y abandono que trata de no ver, mientras sigue de píe en aquella esquina, mirada fija en un punto muerto porque ‘él regresará’. Espera durante horas, la ropa pegándosele como una segunda piel y las crecientes ganas de llorar que no libera porque es signo de debilidad. Rechaza ayuda, rechaza cercanías, miente para que no le lleven. Espera, sigue esperando y su esperanza decrece, sigue esperando pero sabe que nadie lo buscará. Un chico le presta su paraguas y le sonríe, le trata como una persona y eso, francamente, le da miedo. Sus ojos son grises...

Esa noche duerme en brazos de un extraño, acurrucándose contra un pecho desconocido y cubriéndose los oídos para no escuchar la tormenta, para no escuchar sus propios sollozos en la oscuridad. William le ha abandonado. Kyle aprende que no es importante.

Tiene casi diez años cuando su vida se acaba. Sigue órdenes, no debe pensar, sigue las reglas, debe obedecer. Su identidad se quiebra y sus partes se dispersan entre la nada, mientras su cuerpo actúa por si solo en algo que lleva años conociendo. Años haciéndolo. Es sólo un juguete gastado, un trozo de carne para uso público y lo peor es que ni siquiera llega a molestarle. Hoy es diferente. El hombre acaricia sus cabellos mientras lastima, mientras le obliga a retorcerse. Le obliga a gritar, a llorar, a pedir una ayuda que nunca vendrá. Ojos fijos en la puerta que no abre, ve que su sangre corre, que su fuerza se va y que aunque el hombre de ojos oscuros le está tocando, de pronto se siente muy solo. De la soledad pasa al vacío y entonces ya no hay nada.

Sin saber cómo, se encuentra entre los brazos de William, que se afierran con fuerza a su cuerpo. William pregunta, él responde y ‘mentiroso’ es lo único que recuerda del todo. Labios contra sus heridas, la navaja cortando su piel y la sangre –oscura, casi negra - es lo que le acompaña esa noche, solo en casa.

Aprende a callar, no creer, no llorar, obedecer, soportar. Aprende que sólo queda aferrarse una mentira y no flaquear. Aprende que vivir no es una opción, que es su castigo. Aprende que es sólo una muñeca y se descose. Kyle, finalmente, aprende que en su mundo, no hay lugar para la fe.

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