leitmotiv: (Default)
leitmotiv ([personal profile] leitmotiv) wrote2011-08-10 12:31 am

Dies Irae. Mägo de oz. #11

Fandom: Dies Irae
Claim: Alexander/Franz
Tabla: Mago de Oz
Tema: 11.- Si molesto, me quedo.

- Y le dije a Shana que si seguía molestando, iba a olvidarme de esto de los modales y le iba soltar una bofetada que iba a hacer como las lechuzas y girar casi 360 grados.

Alexander nunca ha sabido cuándo callarse. Serio en apariencia, es cuestión de darle cuerda y se suelta. Es experto en enrollarse como persiana y existe en él una inclinación hacia el cotilleo que no pega para nada con el heredero de una familia de posición más o menos buena. Todo eso Franz lo sabe porque le ha conocido desde hace ya más de diez años y la escena que vive en ese momento se ha repetido infinidad de veces.

Franz le ignora, entonces, escribiendo sobre el papel con letra delicada y de apariencia hermosa, cuidando las curvas, cuidando asimismo lo que está diciendo en aquella carta y se place en hacer gala de su educación y buenas maneras, incluso en la redacción.

- ¿Supiste lo de Ian? Que se va a casar con esa tal Stephanie. No sé tú, pero a mí ese nombre no me gusta. Se me figura una niñita de esas mimadas y suavecitas que han sido criadas para ser todas unas damitas pretensiosas.

Es una cháchara interminable, que sigue y sigue a Franz le cuesta cada vez más el concentrarse en su escritura, en la agilidad de las grafías y de pronto se pierde, obligándose a detenerse y releer para retomar el hilo de su argumentación.

- Estoy cansado de vestir de negro, ¿tú no? Es que a mí como que no me queda. Ya tengo el cabello oscuro y mis ojos no son muy claros precisamente. Pero bien, mamá me obliga a seguir guardando luto por ese idiota de Aiden.

- Deberías compadecerte, era tu hermano – Franz finalmente habla, lo cual a Alexander le dibuja una sonrisa en el rostro, dándole aún más confianza y se inclina un poco al frente, sentado en la mesita del estudio, al lado del rubio. Franz se arrepiente de inmediato de haberle seguido el juego.

- No me importa. Era muy débil, además de estúpido. Las cosas suceden por algo y al parecer es mi destino quedarme al frente de la familia. El hado está a mi favor y ni todo el Olimpo ha podido nunca contra lo dictado por el sabio destino. Ya ves, incluso el final del reinado de Zeus se cumplió justo como marcaba la profecía. – La sonrisa de satisfacción Franz puede verla de reojo, antes de soltar un suspiro cansado y continuar con la escritura de la carta.

Por momentos, Franz reflexiona en lo dicho. Piensa en que es verdad, que Alexander se postula como el líder y comienza a ser adiestrado, que ya ha cultivado las relaciones necesarias, incluso salvándose de entrar a una guerra en la que ninguno de los dos está interesado. También piensa que el moreno es extraño, porque habla y habla y sus palabras, pese a la calidez de su vos y tono, se adivinan frías y molestas, lográndose atisbar la naturaleza corrupta que comienza a aflorar desde el interior. Quizá, en unos años, Alexander no sea el mismo Alexander que era hace unos años; pero sabe que él también cambiará y en unos años no será el mismo que antes.

- Oye, ¿a quién le escribes? ¿A Clary? ¡Quiero leer! – Alexander se inclina aún más, tratando de ver el papel y Franz frunce el ceño, irritado y después desvía la vista, tomando con sus dedos la carta de tinta ya seca y la aleja de la mirada del otro. -¡Hey! Somos amigos, ¿no me vas a dejar verla o qué?

- ¿Acaso no tienes mejores cosas qué hacer que molestarme?

- ¿Te estoy molestando? – Como si no fuese obvio, lo pregunta con toda la inocencia que puede fingir, con la mirada casi brillante y algo acuosa y Franz piensa “puto chantajista” mientras le sostiene la mirada unos segundos, antes de saberse derrotado.

Franz se abstiene de comentar, alejándose un poco para retomar la escritura. Sólo un par de líneas más y terminará; quizá con algo de suerte podrá librarse de Alexander al final.

- Mándale recuerdos míos a mi Dulcinea, de su Quijote.

- Querrás decir Aldonza no sé qué. Aunque no, Clary es más bruta y grosera.

- ¿Ves cómo eres tú el que la insultas? No te daré tu Barataria.

- Y resulta que ahora soy Sancho…

- Ian es Rocinante.

Franz trata de que la risa no se le escape y se muerde la sonrisa con fuerza, desviando la vista para no demostrar la repentina ruptura en la máscara invisible de su imagen. Alexander, en cambio, se ríe con el alma y la voz atronadora, de joven que va a vivir mucho y hacer grandes cosas.

Como puede, Franz acaba la carta, doblándola dos veces con cuidado, buscando con su mano el sobre color sepia en que la mete y luego sella, despacio, dibujando en la cera el sello familiar de la familia Doskoit, ante la mirada cobriza del otro, que sigue con la sonrisa en los labios, el gesto relajado y demasiada diversión en esos ojos granate.

- No me gusta el sello, ¿sabes? Creo que deberías hacerte uno de la familia Eysenck, para que lo uses, digo, ese es tu apellido, deberías estar orgulloso de él. Sé que no es uno tan maravilloso como el mío, no se puede aspirar a tanto y menos tratándose de niñatos clase media como tú…

- ¿Por qué no te callas, Alex?

- Me encanta hacerte enfadar. – Parece hablar en serio, se le nota, porque sonríe de esa manera, como felino que juega y sus ojos parecen devorarle como a la presa, pero sin connotaciones demasiado malpensables, en opinión de Franz. – Se te nota la vena, esa que tienes por acá en la sien y…

- Te odio.

Puede que esté mintiendo y puede que Alexander lo sepa. También puede que no.

- Yo también. Te decía… - Y comienza de nuevo la verborrea incontenible. En fin, son diez años de lo mismo y en un año, quizá menos, Alexander estará demasiado ocupado como para hablar, así que –supone- podrá soportar un día más. – ¿Te molesto?

- ¿Y qué si digo que sí?

- Pues me da igual. Prosigo…

Un día. O sólo unas horas, quizá.

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