leitmotiv: (Default)
leitmotiv ([personal profile] leitmotiv) wrote2011-08-10 12:53 am

Dies Irae. Tabla Media. #36

Fandom: Dies Irae
Personaje: Richard Eysenck
Tabla:Tabla media
Tema: #36.- Placer
Notas: Fic que va después de éste, escrito hace mucho y tal. Básicamente, Richard en sus primeros años ejerciendo la medicina, bajón depresivo por una muerte y venazos autodestructivos poco comunes.

Comienza el lunes, en la mañana, cuando Joanna no está, mientras los niños aún duermen y tiene la libertad de ser él, de hacer lo que desea sin las limitaciones usuales. Se cuida de cubrir el espejo de la estancia bajo una sábana vieja y con las cortinas corridas, se sienta a beber en el sofá casi nuevo.

Le gusta. Demasiado. Le complace la manera en que el licor amargo le desgarra la garganta y le agarrota los sentidos, uno a uno. Despacio, luego pronto, como una montaña rusa a ojos cerrados, le llega de improviso el bajón y la subida, le llega sin aviso el vértigo y la nausea. Piensa, lejanamente, en el daño que hace a su cuerpo, en su mente como simples cálculos matemáticos los niveles de alcohol que aumentan en su sangre y en la carga que es para su hígado. Pero le sabe bien.

- Papá, Yukiy está llo… - La voz pequeñita de Marshall le llama desde la puerta y se asoma.- ¿Por qué está oscuro, papá?

En otras circunstancias, habría entendido. Habría encendido la luz y quitado las cortinas, hubiera dejado entrar la luz y a su hijo. Habría ido por el menor, hubiera sabido por qué lloraba. Hubieran visto televisión, preparado desayuno, jugado un poco. Pero no es así ahora.

- Largo, Marshall. Papá está ocupado.- Y el tono frío, la voz rasposa, es suficiente para que el pequeño obedezca, sin atreverse a decir palabras.

Richard sabe que está mal. Lo sabe cuando se deja caer por completo en el sofá y la ola le derrumba desde los cimientos. Se está haciendo daño. Y al hacerles daño, siente aquello llamado remordimientos, que le atrapan el corazón y se lo exprimen. Es doloroso.

Pero es lo justo.

-

- ¿Qué te dije sobre esto de tomarte vacaciones? ¡Dos días sin trabajar! ¿Y qué has estado haciendo, eh? Quedarte aquí sentado lamentándote por esa niña. Patético. – la mirada verdosa de Richard sigue la figura del hombre que se mueve a través de la sala. Le llama más la atención que la que se encuentra sentada a su lado, aquella que reconoce como su madre, pero que admite que poco o nada le interesa.

Richard se traga la risa que desea nacer en aquellos momentos, ¿está siendo regañado como un niño? No es un niño. Frunce el ceño ligeramente. Ya no lo es.

- Es mi puta vida, déjame en paz.- Con el valor que le ha dado la botella de ron, le encara y con la fortaleza que le ha regalado el saberse un estúpido sin remedio, se atreve a desafiarle con la mirada que arde, con el gesto duro y Franz no reconoce en ese ser a su hijo.

- Estás comportándote como un idiota, Richard. Estás echando a perder los esfuerzos de tu madre y míos para hacerte una persona de bien…

El resto del sermón ya no lo escucha. Lo que escucha es el tintineo de las llaves que ha tomado de la mesita a su lado y el eco de sus pasos al salir de casa y tomar el auto, sin mirar atrás.

-

Quiere hacerla pedazos. Destrozarla. Quiere destruirla. Romperse. Recordarse el dolor que ha atesorado y clavarlo aún más dentro de sí, hasta que no duela.

Es un sonido monótono el que suena en la línea y arruga el papel entre sus dedos cuando le da el tono de ocupado. Maldice en voz baja a Odergand y todo lo que él conlleva y se ríe un par de veces más, complacido porque sabe que su William la está pasando peor que él.

El golpe del auricular contra el teléfono hace voltear a más de uno en la congestionada calle. Mas él no voltea, arrojando el número al suelo, pisándolo al salir de nuevo al refugio de la noche.

-

El hombre es alto. Todos lo son, más que él, pero ese hombre es más alto incluso. Bebe en el mismo bar que él y huele a colonia cara. Se relame los labios constantemente y no le ha mirado en ningún momento.

Desea besarlo. De la misma manera en que besó a William, hace tanto tiempo atrás. Desea enredar sus manos en el cabello oscuro y morder su cuello, dejar marcas en su piel, lamer su vientre y sus muslos y con fuerza, a base de una tortura lenta y silenciosa, hacerle suplicar a gatas sobre la cama. Beberle gota a gota, hacerle estremecer completamente…

Pero cuando se levanta para ir a su encuentro, el hombre se ha ido.

-

Cuando entra a casa, la madrugada del jueves, le marea el olor a asepsia y aromatizante floral de la sala impoluta. En la penumbra que se disuelve lentamente con los rayos del amanecer, vislumbra la figura marmórea de aquellos malditos ángeles que le juzgan con sus ojos vacíos. Le persiguen mientras se quita los zapatos y se adentra, se burlan de él cuando tropieza y se apiadan de él cuando el temblor le hace caer de rodillas.

- No te estoy suplicando.- Murmura, pero los ángeles se alzan orgullosos y soberbios. – No les estoy suplicando.- Y los ángeles sonríen, deleitándose con el espasmo que le recorre al tratar de levantarse conteniendo las arcadas.

- Papá…

Los ojos azul muy claro le miran desde pocos metros y Richard no tiene la fuerza para alzarse y verlos. Se muerde los labios varias veces, repitiendo incesantes las letanías de su infancia. Repite los versos del dies irae que escuchó demasiadas veces y en su mente se entremezclan con los de fortuna imperatrix mundi de aquellos poemas goliardos.

Los pasos que resuenan en el silencio del amanecer se acercan y Richard los siente como temblores. Por momentos, todo es como antes y siente el agobio de las máscaras sobre él, de las reglas que le atrapan, de las cadenas sociales que reprimen lo que debería ser su verdadera naturaleza.

- Pa…

La mano se posa en su hombro, pero el la aleja pronto, con un movimiento brusco y el eco del golpe lo escucha demasiado fuerte. El segundo resuena con más fuerza y el tercero lo arroja sin fuerzas, levantándose con movimientos inestables hasta estar al fin de píe.

Marshall no le llora. Es porque no sabe qué ha pasado, por qué su rostro duele, por qué sabe a sangre su boca. No llora hasta que escucha el romper de las figuras de porcelana contra el suelo y el crujido de las pisadas de su padre. Le mira marchar, cruzarse con Joanna en el umbral, no mirarla, encerrarse en la habitación, sin hablar.

-

Le gusta, demasiado. El sudor frío que se esparce por su piel, el calor que sube por su cuerpo entero y la presión en su cabeza que le hace sentir ese infinito dolor que desea hacer durar incluso más. El olor de su propio aliento que apesta a bebidas cuyos nombres no recuerda y los temblores que le atormentan los miembros de vez en cuando. Ama el vértigo y el mareo que siente al reclinarse a vomitar al excusado y el momento en que se permite caer de cara al suelo de baldosas frías, agotado, cansado, llegado a un límite que no creía poseer.

Se destruye. Como castigo por los daños a terceros, se destruye. Como recompensa a su cobardía, se destroza. Porque es el conflicto eterno de su naturaleza y razón, de lo que él es- dañino, nocivo, un ente corrupto y detestable que su padre quiso mantener a raya- y lo que debe ser –bueno, agradable, ejemplo a seguir, la perfección- del que no puede desligarse. Porque es el destino que las Moiras le han preparado. Romperse, sólo romperse, acabar.

Es ese el placer de ser él mismo.

Y lo demás, no importa.

Post a comment in response:

This account has disabled anonymous posting.
If you don't have an account you can create one now.
HTML doesn't work in the subject.
More info about formatting