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leitmotiv ([personal profile] leitmotiv) wrote2012-07-26 02:03 pm

Castillos en el cielo. Si quieres podemos jugar a pretender que somos iguales.

Fandom: Castillos en el cielo
Claim: Erin Eysenck
Tabla: ¿Qué pasaría?
Tema: 2. Si quieres podemos jugar a pretender que somos iguales.

Erin es una Eysenck, y por lo tanto, su destino está ligado al de los Odergand, o al menos eso es lo que le susurra Edmond al oído cuando, en aquella sencilla reunión familiar a la que fue invitada su familia, él se le acerca y le pide bailar una pieza.
El hecho de que no pueda negarse es más una muestra de la diferencia de clases que de esa destinación que tanto defiende Edmond mientras le rodea la cintura con el brazo e intenta sentirla menos lejana que antes.
—Es cosa de Dios. Los ángeles nos han unido, Erin.
Ella no se ríe en su cara solo porque no quiere que al llegar a casa su padre le de una bofetada. Ella no cree en dios ni en ángeles ni en santos y tampoco en los demonios. Solo cree en el presente, el espíritu y la carne.
—No creo que estemos destinados, Edmond. No estoy hecha para ti.
—Eres una Eysenck.
—Eso no es suficiente motivo.
Ella no le dice que por ser una Eysenck no cree estar supeditada a él. Y tampoco le dice lo que ella cree. Porque ella guarda entre sus manos la memoria histórica de las familias que han crecido juntas. Erin sabe que los Odergand no eran sino esclavos de los Eysenck, antes de que tuvieran incluso un apellido. Erin sabe que Odergand no es más que la manera en que los antepasados del moreno trataron de agradecer la libertad y el apoyo. Erin recuerda, como si lo hubiera vivido, que hace mucho tiempo ellos eran el sol cálido y tierno que acunó con sus rayos la pequeña semilla que ahora es el enorme árbol Odergand.
—¿Cuándo vas a aceptarlo?
Un árbol grande y duro que pretende cubrir al sol. Pretenden hacerlos esclavos. Y puede que los demás lo acepten, que los demás crean que está bien. Pero no es así. Erin frunce el ceño y a propósito falla el ritmo, solo para lograr pisarle un pie.
—Disculpa.—Le sonríe, mientras Edmond le devuelve la sonrisa, consciente de que ha sido a propósito.
Le acaricia el cabello, aprovechando y Erin lo mira fijamente, borrando la sonrisa. Luego advierte la mirada de los otros sobre ellos y se fuerza a continuar con la sonrisa. Hay algunos murmullos que apenas le llegan, mientras siguen el baile.
—No puedes hacer lo que quieras conmigo—Advierte ella. Extraña su torre de cristal, pero en ese preciso momento no puede aislarse en su mundo interior y refugiarse tras la piedra en su corazón—No soy tu juguete.
—Sé que no lo eres.
—No porque mi apellido sea Eysenck significa que debo obedecerte.
Edmond se ríe y ella no sabe cómo interpretarlo. La acerca más, la obliga, casi, a recargar la cabeza entre su cuello y hombro. Erin no está tensa. De cierto modo, sabe que está segura.
—Somos iguales, Erin. No quiero esclavizarte. No serás mi mujer, seremos esposos.
Ahora es ella la que se ríe, muy bajito, abrazándole con un poco más de fuerza, mientras la música mengua y se transforma en algo más suave, como el mar cuando no está picado.
—¿Qué quieres escuchar?
—Que aceptas.
—¿Qué quieres de verdad escuchar?
—Que me crees, Eysenck.
Ella vuelve a reír y la música la roza ligera. Cierra los ojos, buscando su torre. Cierra su corazón, buscándose a sí misma. Y se envuelve.
—Te creo.
Pero es mentira y ambos lo saben. 

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