Dies Irae. Tabla Media. #40, #44 y #24
Fandom: Dies Irae
Personaje: Richard Eysenck
Tabla: Tabla media
Tema: #40 - Música
Música
Se ahoga.
Richard observa desde el centro de la cama el resto de la habitación. Las paredes de un pulcro color aguamarina con cenefa de refinados detalles marinos le miran fijamente, como analizando cada uno de sus movimientos, registrándolos maquinalmente. Desde el piso de abajo, la música sube, lentamente. Su madre escucha música de violín, allá abajo, en la sala y Richard puede bien imaginarla con su vestido largo con exceso de detalles, sentada y con los ojos cerrados, dejándose llevar por la música.
Él está atrapado y se ahoga.
Los lomos de los libros en el estante, algunos color escarlata, otros más color haya o ébano, también le observan, inquietos, acusadores. Las notas escritas hace siglos por Tartini suben su intensidad y de pronto a Richard se le antoja hasta agradable. La pulcritud de la habitación, sin embargo, le abruma y el observar el piso de cerezo inmaculado y el orden demasiado estricto en que en su pequeño escritorio están apilados sus libros, le asfixia poco a poco.
Porque es demasiado y no puede soportarlo.
Los ángeles de porcelana fina parecen juzgarle con sus ojos celestes y la sonrisa dulce y bondadosa del retrato de la virgen sobre el escritorio de madera de roble le parece casi burlona. Incitante, además y se deforma, conforme el ritmo que se escucha es más rápido, conforme la altura y la intensidad aumentan.
Libera su esencia oprimida y hacen un llamado a su naturaleza humana. Se levanta, despacio, con el sopor propio de quien despierta del sueño matinal y sonríe casi amablemente a las figuras de cristal que no tardan en hacerse pedazos contra la madera del suelo, ángeles derramando los trozos de sus alas, las hebras de su cabello inamovible y los ojos dejan de mirarle. Se agita, allá abajo, la música y bulle en movimientos complicados y una rapidez que Richard puede imaginar en los dedos del intérprete.
De vez en cuando, necesita liberarse.
Uno a uno, los libros son abiertos, una a una, las hojas desprendidas y en el piso se mezclan las palabras de Voltaire con la poesía de Verlaine, las tragedias de Sófocles con la obscenidad de Sade. Los ojos huecos de la virgen le contemplan desde lo alto, mas él no la observa; no nota la compasión en su mirada muerta ni nota la propia que el espejo le devuelve antes de resquebrajarse, dejándole su imagen distorsionada.
“Porque no se pueden cambiar corazones” Izumi susurra contra sus oídos, como a la distancia y Richard sabe que no está ahí, pero puede escucharle, hablándole por encima del extraño sonido que resulta del rasgar del filo de las tijeras contra la cenefa. Hablándole incluso por encima de la música que comienza a calmarse, que se reduce a notas frías. “Ni tu naturaleza, Richard.” Y la cabeza del ángel estalla bajo sus píes y la madera chilla bajo el maltrato de los zapatos duros. “Se te ve en la mirada. Hipócrita.”
El último minuto es casi suave, notas que él cree disformes en comparación con la belleza anterior, pero que en realidad es sólo un simple disminuir de las emociones, aplacando suavemente los impulsos y llevando gozo al alma. Quizá nostalgia, quizá, sólo quizá, un poco de dolor.
“Qué aburrido eres, Eysenck”
La puerta se abre, casi suavemente y si nota que está abierta es por el aire que entra y remueve las cortinas y por el rechinido chillón de las bisagras viejas de la puerta. Por un instante, piensa que ya es tiempo de aceitarlas.
- Qué desastre – No alcanza a observar la mirada recriminatoria en los ojos verdes de su padre, pero no hace falta. El sonido de su voz, más allá de cualquier cosa, retumba en sus oídos y adormece una vez más. – Limpia de inmediato, crío.
- Sí, padre. – No espera a que se marche para arrodillarse en el suelo, recogiendo con sus manos desnudas los trozos agudos del espejo roto que le devuelven una sonrisa cansada. No es la primera vez, después de todo, ni será la ultima, lo presiente.
Porque Franz comprende que se estaba ahogando. Porque Richard entiende que no hay otra manera de vivir.
El silencio se instala, nuevamente, encarcelándole en su muralla de ecos de órdenes acatadas. Y la música se apaga, completa, lentamente y se derrama en las primeras gotas de una lluvia que se asoma por la ventana. Pero Richard no ve nunca hacia fuera.
Fandom: Dies Irae
Personaje: Richard Eysenck
Tabla: Tabla media
Tema:#44.- Latido
- Tú no tienes corazón. – Richard escucha el reclamo, un poco quedo, mientras desliza la mano por la cabellera rubia y larga, demasiado lisa para su gusto y pasa con la otra una página más de la revista que lee. - No lo tienes.
La ignora. Richard ignora a su futura esposa que se acurruca, buscando insistente el latido de su corazón, con la cabeza sobre el pecho de su prometido y una mano posada en su propio vientre, en un acto infantil de protección instintiva.
- Somos muy jóvenes aún. – Menciona Richard, sin apartar la vista de la revista, gesto frío y parece ausente. Joanna le mira fijamente y se muerde los labios, inquieta, molesta y arde en deseos de abofetearle, pero no lo hace. Después de todo, Richard no tiene la culpa, ni ella.
- Vamos a casarnos en menos de un mes.
- Eso no tiene nada que ver con esto, Joanna. Si quieres tener a este bebé, es tu decisión, pero entiende que yo no lo deseo. – Ese no puede ser su Richard, se dice Joanna muchas veces, bajando la vista, perdiéndola en un punto muerto. Y sin embargo, lo es, el de siempre, más frío de lo habitual. – Deberías de hacer como hace un par de años y…
- Cierra la boca, Richard. Deja de decir estupideces. – Joanna odia el pasado y odia más que su esposo se atreva a removerlo, a escarbar en él y usarlo en su contra para justificar la repetición de acciones que a ella le remuerden la conciencia día a día.
Y él se calla, obedeciendo y el único sonido es el suave friccionar de las páginas de la revista al pasarlas, lentamente.
Lo que siente él es un poco de miedo. Porque es joven y no está seguro de poder con todo aquello de los deberes de ser padre. Porque ni siquiera sabe si podrá contra su sangre y se convertirá en un buen padre y no será como el propio. Porque en su mente ya está decidido su fracaso y él no quiere enfrentarlo.
- Voy a tenerlo. Aunque tenga que perder un año de estudios. Aunque tengamos que depender de tu padre por un tiempo.- La sola mención de Franz Eysenck es suficiente para que Richard se tense involuntariamente y frunza el ceño ligeramente. Pero la resolución de Joanna es absoluta y no hay nada que pueda cambiarla. – Trágate tu puto orgullo, Eysenck.
Es una batalla perdida, él lo sabe. Apenas aparta la mirada de la revista, dejándola sobre la mesita de noche y baja la vista hasta lograr atisbar en el rostro de su futura esposa. Completamente perdida, la maldita batalla.
- Haz lo que desees.
Y Joanna sabe que ha ganado, pero la victoria duele y sabe que ese bebé nacerá, pero teme, sin poder evitarlo teme aunque no sepa por qué. Logra atisbar, con su mirada de cristal azulado, que Richard cierra los ojos y le siente recostarse por completo. Se acurruca, nuevamente la cabeza apoyada contra su pecho y siente el brazo que rodea su cintura de pronto frío.
- Tu corazón es una máquina. – Masculla Joanna violando el silencio que se había instalado y Richard abre los ojos, observando las figuras imaginarias en el techo, trazando constelaciones. Apenas la escucha. No desea hacerlo. – Late, tum tum tum. William tenía razón. Tu corazón late, pero estás muerto.
Richard prefiere no contestar y estirando el brazo, apaga la luz.
Fandom: Dies Irae
Personaje: Richard Eysenck
Tabla: Tabla media
Tema: #24.-Rendición.
Richard no está dispuesto a dejarse llevar. Por eso no cree en la sonrisa de su padre ni en las felicitaciones que él les brinda a ambos cuando se entera del embarazo de su ya esposa. A Heike, su madre, tampoco le cree una sola palabra, pero como siempre, ya condicionado, responde con sonrisas amables y expresiones alegres que ocultan todo rastro de su creciente molestia. Sólo Joanna puede verlo y si acaso lo ve, lo ignora por completo.
El primer mes transcurre con tranquilidad y Joanna no se queja ni siquiera cuando las nauseas matutinas hacen su aparición. Richard apenas la observa entonces, sin preocuparse en ocultar la curiosa indiferencia que presenta ante esos sucesos. Para el segundo mes, todo parece igual y Richard cuenta el tiempo que hace falta, repentinamente ansioso de que todo acabe. Pero se olvida pronto de todo lo que la vida familiar supone y se enfrasca en sus estudios.
- ¿Crees que sea niño o niña? ¿Qué te gustaría? - Pero Richard no quiere nada y se encoge de hombros cada vez que ella lo pregunta.
Joanna comienza a quejarse el tercer mes, de las nauseas que dice que ha soportado demasiado tiempo y de los calambres que la aquejan todo el tiempo. Joanna se queja también de él, muchas veces y en ocasiones, cuando están en la cama, masculla cosas que él no logra escuchar del todo, pero que le saben a súplica.
- Si es niño, que se llame Marshall, si es niña, ¿te agrada Marissa? – Pero a Richard le da igual y se limita a mirarla a esos ojos casi índigo y no sabe, no tiene idea, de qué responder.
Para el quinto el embarazo es notable como un pequeño bulto en el vientre de su esposa, más apreciable aún cuando la observa ducharse, más perceptible aún cuando él se cuela en la ducha y para sus manos por su piel entera y ella dirige sus manos hasta aquella simple protuberancia, como esperando que él lo sienta.
Y Richard lo siente, pero no dice nada, prefiere ignorarlo y centrarse en otras cosas, porque él recuerda que no lo quería, que no era el momento, que definitivamente no lo deseaba y que su postura, ya tomada una vez, no va a modificarla.
- Richard, que es tu bebé, no puedes simplemente ignorar que existe – Aunque parezca firme, Richard sabe que a su esposa se le quebra la voz y por dentro cruje un poquito su corazón. – Al menos di algo. Di algo, por favor.
Aunque su coraza vaya cayendo, poco a poco. Porque se debilita y es incapaz de permanecer inamovible de su pequeño punto. Porque el día en que llevan la cuna a casa y comienza a armarla, puede sentir aflorar una sensación en su pecho que trata de empujarse al exterior y se afianza en la punta de sus dedos cuando instala los móviles sobre la cuna y da cuerda para escuchar la suave melodía que se esparce por el lugar.
Porque, el día en que Joanna, insistente como siempre, toma su mano con fuerza y le obliga a posarla sobre su vientre y entonces él puede sentir claramente la patada del pequeño que se mueve ahí dentro, no puede contener una pequeña sonrisa, pequeñita, casi inexistente y su corazón le traiciona, latiendo un poco más presuroso.
- Marshall… - Susurra entonces, muy quedamente y Richard trata de desviar la vista, de ocuparse en otra cosa, de no mostrar que va cediendo. – Me gusta Marshall, si es niño.
Y finalmente, Richard se da cuenta que la guerra es inútil y que ha perdido desde el principio en el momento en que siente la mano, pequeñita, frágil y muy blanca de ese mocoso apretando uno de sus dedos, cuando van camino a casa, desde el hospital.
- Hola, Marshall, soy tu papá. – Se rinde, sencillamente y Joanna, observándoles, sabe que Richard ha caído, por completo, en manos de ese pequeño.
Personaje: Richard Eysenck
Tabla: Tabla media
Tema: #40 - Música
Música
Se ahoga.
Richard observa desde el centro de la cama el resto de la habitación. Las paredes de un pulcro color aguamarina con cenefa de refinados detalles marinos le miran fijamente, como analizando cada uno de sus movimientos, registrándolos maquinalmente. Desde el piso de abajo, la música sube, lentamente. Su madre escucha música de violín, allá abajo, en la sala y Richard puede bien imaginarla con su vestido largo con exceso de detalles, sentada y con los ojos cerrados, dejándose llevar por la música.
Él está atrapado y se ahoga.
Los lomos de los libros en el estante, algunos color escarlata, otros más color haya o ébano, también le observan, inquietos, acusadores. Las notas escritas hace siglos por Tartini suben su intensidad y de pronto a Richard se le antoja hasta agradable. La pulcritud de la habitación, sin embargo, le abruma y el observar el piso de cerezo inmaculado y el orden demasiado estricto en que en su pequeño escritorio están apilados sus libros, le asfixia poco a poco.
Porque es demasiado y no puede soportarlo.
Los ángeles de porcelana fina parecen juzgarle con sus ojos celestes y la sonrisa dulce y bondadosa del retrato de la virgen sobre el escritorio de madera de roble le parece casi burlona. Incitante, además y se deforma, conforme el ritmo que se escucha es más rápido, conforme la altura y la intensidad aumentan.
Libera su esencia oprimida y hacen un llamado a su naturaleza humana. Se levanta, despacio, con el sopor propio de quien despierta del sueño matinal y sonríe casi amablemente a las figuras de cristal que no tardan en hacerse pedazos contra la madera del suelo, ángeles derramando los trozos de sus alas, las hebras de su cabello inamovible y los ojos dejan de mirarle. Se agita, allá abajo, la música y bulle en movimientos complicados y una rapidez que Richard puede imaginar en los dedos del intérprete.
De vez en cuando, necesita liberarse.
Uno a uno, los libros son abiertos, una a una, las hojas desprendidas y en el piso se mezclan las palabras de Voltaire con la poesía de Verlaine, las tragedias de Sófocles con la obscenidad de Sade. Los ojos huecos de la virgen le contemplan desde lo alto, mas él no la observa; no nota la compasión en su mirada muerta ni nota la propia que el espejo le devuelve antes de resquebrajarse, dejándole su imagen distorsionada.
“Porque no se pueden cambiar corazones” Izumi susurra contra sus oídos, como a la distancia y Richard sabe que no está ahí, pero puede escucharle, hablándole por encima del extraño sonido que resulta del rasgar del filo de las tijeras contra la cenefa. Hablándole incluso por encima de la música que comienza a calmarse, que se reduce a notas frías. “Ni tu naturaleza, Richard.” Y la cabeza del ángel estalla bajo sus píes y la madera chilla bajo el maltrato de los zapatos duros. “Se te ve en la mirada. Hipócrita.”
El último minuto es casi suave, notas que él cree disformes en comparación con la belleza anterior, pero que en realidad es sólo un simple disminuir de las emociones, aplacando suavemente los impulsos y llevando gozo al alma. Quizá nostalgia, quizá, sólo quizá, un poco de dolor.
“Qué aburrido eres, Eysenck”
La puerta se abre, casi suavemente y si nota que está abierta es por el aire que entra y remueve las cortinas y por el rechinido chillón de las bisagras viejas de la puerta. Por un instante, piensa que ya es tiempo de aceitarlas.
- Qué desastre – No alcanza a observar la mirada recriminatoria en los ojos verdes de su padre, pero no hace falta. El sonido de su voz, más allá de cualquier cosa, retumba en sus oídos y adormece una vez más. – Limpia de inmediato, crío.
- Sí, padre. – No espera a que se marche para arrodillarse en el suelo, recogiendo con sus manos desnudas los trozos agudos del espejo roto que le devuelven una sonrisa cansada. No es la primera vez, después de todo, ni será la ultima, lo presiente.
Porque Franz comprende que se estaba ahogando. Porque Richard entiende que no hay otra manera de vivir.
El silencio se instala, nuevamente, encarcelándole en su muralla de ecos de órdenes acatadas. Y la música se apaga, completa, lentamente y se derrama en las primeras gotas de una lluvia que se asoma por la ventana. Pero Richard no ve nunca hacia fuera.
Fandom: Dies Irae
Personaje: Richard Eysenck
Tabla: Tabla media
Tema:#44.- Latido
- Tú no tienes corazón. – Richard escucha el reclamo, un poco quedo, mientras desliza la mano por la cabellera rubia y larga, demasiado lisa para su gusto y pasa con la otra una página más de la revista que lee. - No lo tienes.
La ignora. Richard ignora a su futura esposa que se acurruca, buscando insistente el latido de su corazón, con la cabeza sobre el pecho de su prometido y una mano posada en su propio vientre, en un acto infantil de protección instintiva.
- Somos muy jóvenes aún. – Menciona Richard, sin apartar la vista de la revista, gesto frío y parece ausente. Joanna le mira fijamente y se muerde los labios, inquieta, molesta y arde en deseos de abofetearle, pero no lo hace. Después de todo, Richard no tiene la culpa, ni ella.
- Vamos a casarnos en menos de un mes.
- Eso no tiene nada que ver con esto, Joanna. Si quieres tener a este bebé, es tu decisión, pero entiende que yo no lo deseo. – Ese no puede ser su Richard, se dice Joanna muchas veces, bajando la vista, perdiéndola en un punto muerto. Y sin embargo, lo es, el de siempre, más frío de lo habitual. – Deberías de hacer como hace un par de años y…
- Cierra la boca, Richard. Deja de decir estupideces. – Joanna odia el pasado y odia más que su esposo se atreva a removerlo, a escarbar en él y usarlo en su contra para justificar la repetición de acciones que a ella le remuerden la conciencia día a día.
Y él se calla, obedeciendo y el único sonido es el suave friccionar de las páginas de la revista al pasarlas, lentamente.
Lo que siente él es un poco de miedo. Porque es joven y no está seguro de poder con todo aquello de los deberes de ser padre. Porque ni siquiera sabe si podrá contra su sangre y se convertirá en un buen padre y no será como el propio. Porque en su mente ya está decidido su fracaso y él no quiere enfrentarlo.
- Voy a tenerlo. Aunque tenga que perder un año de estudios. Aunque tengamos que depender de tu padre por un tiempo.- La sola mención de Franz Eysenck es suficiente para que Richard se tense involuntariamente y frunza el ceño ligeramente. Pero la resolución de Joanna es absoluta y no hay nada que pueda cambiarla. – Trágate tu puto orgullo, Eysenck.
Es una batalla perdida, él lo sabe. Apenas aparta la mirada de la revista, dejándola sobre la mesita de noche y baja la vista hasta lograr atisbar en el rostro de su futura esposa. Completamente perdida, la maldita batalla.
- Haz lo que desees.
Y Joanna sabe que ha ganado, pero la victoria duele y sabe que ese bebé nacerá, pero teme, sin poder evitarlo teme aunque no sepa por qué. Logra atisbar, con su mirada de cristal azulado, que Richard cierra los ojos y le siente recostarse por completo. Se acurruca, nuevamente la cabeza apoyada contra su pecho y siente el brazo que rodea su cintura de pronto frío.
- Tu corazón es una máquina. – Masculla Joanna violando el silencio que se había instalado y Richard abre los ojos, observando las figuras imaginarias en el techo, trazando constelaciones. Apenas la escucha. No desea hacerlo. – Late, tum tum tum. William tenía razón. Tu corazón late, pero estás muerto.
Richard prefiere no contestar y estirando el brazo, apaga la luz.
Fandom: Dies Irae
Personaje: Richard Eysenck
Tabla: Tabla media
Tema: #24.-Rendición.
Richard no está dispuesto a dejarse llevar. Por eso no cree en la sonrisa de su padre ni en las felicitaciones que él les brinda a ambos cuando se entera del embarazo de su ya esposa. A Heike, su madre, tampoco le cree una sola palabra, pero como siempre, ya condicionado, responde con sonrisas amables y expresiones alegres que ocultan todo rastro de su creciente molestia. Sólo Joanna puede verlo y si acaso lo ve, lo ignora por completo.
El primer mes transcurre con tranquilidad y Joanna no se queja ni siquiera cuando las nauseas matutinas hacen su aparición. Richard apenas la observa entonces, sin preocuparse en ocultar la curiosa indiferencia que presenta ante esos sucesos. Para el segundo mes, todo parece igual y Richard cuenta el tiempo que hace falta, repentinamente ansioso de que todo acabe. Pero se olvida pronto de todo lo que la vida familiar supone y se enfrasca en sus estudios.
- ¿Crees que sea niño o niña? ¿Qué te gustaría? - Pero Richard no quiere nada y se encoge de hombros cada vez que ella lo pregunta.
Joanna comienza a quejarse el tercer mes, de las nauseas que dice que ha soportado demasiado tiempo y de los calambres que la aquejan todo el tiempo. Joanna se queja también de él, muchas veces y en ocasiones, cuando están en la cama, masculla cosas que él no logra escuchar del todo, pero que le saben a súplica.
- Si es niño, que se llame Marshall, si es niña, ¿te agrada Marissa? – Pero a Richard le da igual y se limita a mirarla a esos ojos casi índigo y no sabe, no tiene idea, de qué responder.
Para el quinto el embarazo es notable como un pequeño bulto en el vientre de su esposa, más apreciable aún cuando la observa ducharse, más perceptible aún cuando él se cuela en la ducha y para sus manos por su piel entera y ella dirige sus manos hasta aquella simple protuberancia, como esperando que él lo sienta.
Y Richard lo siente, pero no dice nada, prefiere ignorarlo y centrarse en otras cosas, porque él recuerda que no lo quería, que no era el momento, que definitivamente no lo deseaba y que su postura, ya tomada una vez, no va a modificarla.
- Richard, que es tu bebé, no puedes simplemente ignorar que existe – Aunque parezca firme, Richard sabe que a su esposa se le quebra la voz y por dentro cruje un poquito su corazón. – Al menos di algo. Di algo, por favor.
Aunque su coraza vaya cayendo, poco a poco. Porque se debilita y es incapaz de permanecer inamovible de su pequeño punto. Porque el día en que llevan la cuna a casa y comienza a armarla, puede sentir aflorar una sensación en su pecho que trata de empujarse al exterior y se afianza en la punta de sus dedos cuando instala los móviles sobre la cuna y da cuerda para escuchar la suave melodía que se esparce por el lugar.
Porque, el día en que Joanna, insistente como siempre, toma su mano con fuerza y le obliga a posarla sobre su vientre y entonces él puede sentir claramente la patada del pequeño que se mueve ahí dentro, no puede contener una pequeña sonrisa, pequeñita, casi inexistente y su corazón le traiciona, latiendo un poco más presuroso.
- Marshall… - Susurra entonces, muy quedamente y Richard trata de desviar la vista, de ocuparse en otra cosa, de no mostrar que va cediendo. – Me gusta Marshall, si es niño.
Y finalmente, Richard se da cuenta que la guerra es inútil y que ha perdido desde el principio en el momento en que siente la mano, pequeñita, frágil y muy blanca de ese mocoso apretando uno de sus dedos, cuando van camino a casa, desde el hospital.
- Hola, Marshall, soy tu papá. – Se rinde, sencillamente y Joanna, observándoles, sabe que Richard ha caído, por completo, en manos de ese pequeño.