Dies Irae. Tabla Media. #33, #10 y #50
Aug. 10th, 2011 01:00 am![[personal profile]](https://www.dreamwidth.org/img/silk/identity/user.png)
Fandom: Dies Irae
Personaje: Richard Eysenck
Tabla:Tabla media
Tema: #33 - Hermana
En el estudio de su padre hay una foto. Una foto en blanco y negro, con una de sus esquinas quemada y un par de arrugas blancas marcadas sobre el papel. Es una foto vieja, de esas de las que ya no hay y su padre la tiene en un marco de madera fina adornado con decorados dorados que parecen de oro y pegada al cristal siempre limpio.
Richard tenía una hermana, llamada Ruth. Una niña educada, dócil, gentil. Una niña que Franz amó, que su padre solía vestir con telas delicadas, con abrigos de terciopelo y de piel, con botas oscuras y aquel traje rojo de tiro. Rubia, de mirada brillante y sonrisa pequeña, orgullo de Franz, su hija y de Clary.
Cuando, a veces, Richard se cuela al interior del lugar, buscando la figura de autoridad, observa de reojo la imagen. A veces, cuando tiene tiempo, se queda mirándola y logra observar la cabellera clara que debió ser muy rubia y los ojos que en la foto son de un gris profundo, que él no sabe si fueron verdes o azules. Ocasionalmente se pregunta quién será esa niña que le sonríe desde un instante atrapado años atrás y se aventura a pensar en parientes, sin encontrar una respuesta satisfactoria.
Una hermana que murió dos años antes de que él llegara. Una a la que no conoció, que –se suponía- no tuvo relevancia en su vida, que no supo concebir, la que no imaginó tener. Una hermana que murió antes de que Heike conociera a Franz, muchísimo antes de que él existiese. Una a la que, si hubiese sabido, si alguien le hubiese dado a escoger, preferiría no conocer.
Una vez Richard quiso descubrir quién era y se dio a la tarea, buscando insistentemente algo de información. Pregunto primero a su tía, Dandicat -¿Quién es la niña de la foto?- pero ella le miró como si hubiese proferido una de esas blasfemias que merecían la excomulgación y musitó un “no debes saberlo” que le supo amargo. Ni Heike ni Erich le dijeron algo, ni siquiera Rhett quiso decirle quien era y cuando preguntó finalmente a Franz, supo que debió haberse quedado callado.
Su padre le había mirado, así, como a un animal pequeño y molesto, observándole desde arriba, sin bajar el mentón y apartándole un poco con él píe, sin pedirle en ningún momento que se levantase del suelo ni que apartara la mano de su rodilla, sin dejarle del todo abandonar aquella pose suplicante, sumisa, adoptada para la ocasión.
-“Te quiero”- Había dicho, con la sonrisa hipócrita y la mirada dura y Richard se obligó a bajar la vista, tratando de no morderse el labio para acallar cualquier reclamación – “Pero la próxima vez que preguntes, te golpearé, ¿comprendes?” – Palabras lentas, en un tono tan condescendiente que le asqueó en lo profundo –“Ahora sé buen chico y vete a estudiar”
- “¿Quién es ella?”- Pero insistió, sacando a relucir la necedad que tenía la obligación de ocultar. Vio la mano levantarse y esperó el golpe que nunca vino, sintiendo en su lugar el tacto rugoso de la mano de su padre en su mejilla, deslizándose lento, hasta su barbilla, haciéndole subir la vista.
- “Alguien que era mucho mejor que tú. Alguien que hubiese entendido que no tiene derecho a preguntar” – Y Richard odiaba ese tono suave y sentirse tratado como un niño, más que las palabras en sí, las que no pudo creer – “Ahora olvida el tema y lárgate”
Lo hizo, ambas cosas. Se marchó –primero de Inglaterra, después de Alemania- y olvidó –lo referente a la niña, lo referente a aquellos deseos inalcanzables- y así continuó delante.
Richard tuvo una hermana que murió asesinada. Una hermana a la que hubiese podido no odiar, tal vez, si la hubiese conocido o si hubiese muerto totalmente. Si Ruth no se hubiese quedado ahí, para siempre, mirándolo desde aquella foto maltratada y desde el fondo de la mirada de su propio padre, como burlándose, desde esa existencia inaccesible.
Fandom: Dies Irae
Personaje: Richard Eysenck
Tabla:Tabla media
Tema: #10 - Anhelo
Adv: Slash
La primera vez que lo besa, profundo, poca saliva y casi desesperado, encuentra el regusto lejano del vino –vino fino, del caro- que han estado bebiendo toda la tarde, hasta la noche. Sabe a alcohol, un poco dulce y tiene en sus labios la suavidad infinita de lo prohibido. William sabe a cosas que no debe hacer, a una fuerza de atracción a la que se ha resistido por años y más años y Richard se marea entre el beso porque sabe que está cayendo, profundo, a una oscuridad sin fondo que lo devora por completo.
El segundo beso es agresivo, es más un mordisco contra sus labios y le atrae con la mano en su nuca, mientras William cuela las manos bajo su camisa, aferrándose a algo y Richard cree escucharle musitar un nombre cuando cortan el beso por unos segundos. Por un instante no tiene miedo, no le importa nada, no siente pena ni vergüenza ni le preocupa el hecho de que está condenándose.
(Condenándose al infierno de los cristianos, desobedeciendo un par de mandamientos, violando aquello que su padre ha tratado de enseñarle y que el resto de la iglesia le ha mandado. Y sí, se pasa el Levítico por el forro, pero igual, tampoco es que la idea de irse al cielo le resultara atractiva. Muy aburrido para su gusto.)
Y si está condenándose al más profundo de los infiernos, más le vale hacerlo bien. Se muerde el labio cuando observa que el otro se arquea, ligeramente, soltando un murmullo que se asemeja más a un gemido bajo y cree que se derretirá cuando es William quien busca más contacto, quien rasguña en su espalda de manera casi dolorosa y él cuela la mano bajo la ropa interior. William le lastima, como siempre lo ha hecho, mordiendo, rasguñando, como seguirá haciéndolo, olvidándolo, desapareciéndolo. Richard sabe que no va a ser real, lo que suceda. De momento, quiere perderse en la fantasía.
Porque William es simplemente un objeto lejano e imposible, que no puede tomar. Es una muralla que alberga algo desconocido, infranqueable, un escudo demasiado fuerte que esconde una fragilidad increíble.
Richard huye, como un cobarde, cuando terminan, cuando el otro se corre en su mano y él no se atreve a hacer algo más, porque se odiaría por aprovecharse de esa manera. Cuando se moja la cara en el baño y observa su reflejo en el espejo, no es en su esposa en quien piensa –no piensa en que la ha engañado- ni en su pequeño hijo ni piensa tampoco en que en un par de días –uno o dos- ese idiota se casa y él volverá a marcharse, a dejarle, a tratar de olvidar. No piensa en nada realmente y cuando regresa a la sala, al piso alfombrado y observa al otro y limpia, le besa los párpados cerrados y acaricia el cabello humedecido, sabe que no hay más que hacer.
No pudo tenerlo, en ningún momento.
William es lo inaccesible, un deseo infantil, una representación de aquello que tanto quiso. Es sólo un anhelo que no puede conseguir, al que se rinde, por más que duela. Porque, William, es sencillamente inalcanzable.
Fandom: Dies Irae
Personaje: Richard Eysenck
Tabla:Tabla media
Tema: #50.- Odio
No es que fuese una persona vengativa, nunca lo ha sido. Ni que sepa siquiera identificar un sentimiento tan fuerte como aquellos. De alma templada, de emociones sin sobresaltos, con un espectro plano de vivencias importantes, no suele odiar.
No odia a su padre. No odia a su madre. No se odia ni siquiera a sí mismo de una manera constante. Si alguna vez lo hace, es un sentimiento efímero como un destello, más semejante al rayo que nace para desaparecer que a algo un poco más tangible. Y sin embargo, por esos instantes, lo hace. No lo denomina odio, es sólo, simplemente, un intenso malestar próximo a desaparecer.
Es el que siente cuando los ojos negros de Izumi se clavan en los suyos y se fuerza a contestar a esa sonrisa desagradable con una educada. Podría decir que lo odia, con más intensidad aún, cuando siente los dedos fríos sobre su mejilla, acariciando con una delicadeza inmerecida.
(Izumi le ha dicho que parece una muñeca. Le ha llamado títere toda la vida, burlándose de su falta de autonomía, de libre pensamiento, de voluntad. Richard sabe que lo que dice es cierto, pero aún así, le cuesta aceptar esa realidad)
- ¿Me tienes miedo?
- ¿Por qué debería tenerlo?
Richard no lo tiene. Es sólo repulsión la sensación que le embarga y algo parecido al odio el sentimiento que amenaza cegarle. Pero Richard sabe contener sus sentimientos –así como reprime sus emociones, sus sueños, su propio ser- y la sonrisa en sus labios lo oculta todo. Como la superficie de un lago, estática, por debajo corriente que nunca para.
- Los familiares se cuidan unos a otros, Richard. La familia...
No puede soportar esa sonrisa cínica y ese tono condescendiente con tinte cariñoso, falso en su totalidad, retorcido en esencia y perverso en naturaleza. No puede soportarlo y no lo intentará. Como todas sus conversaciones –esporádicas, porque no se buscan, cortas, porque no se soportan-, acaban de aquella manera, con su huída antes del descontrol, con la palabra victoria en los ojos de oscuridad. A Richard le humilla el perder. Le desagrada el huir, le desespera el flaquear.
No es que Richard fuese una mala persona, nunca lo ha sido, pero él se sabe algo corrupto, algo humano al fin y al cabo y el desear el mal a otros lo considera parte de su naturaleza. Después de todo, quizá, no es a Izumi a quien odia, sino a la propia esencia de ese ser, la naturaleza cruel, insana, infinitamente perversa arraigada a la sangre de Izumi. O quizá no es odio –posiblemente no lo sea- sino miedo de ver en realidad su interior -deseos, anhelos, lo que sería de no reprimirse a sí mismo- reflejado en ese hombre.
Después de todo, la misma sangre corre por sus venas.
Personaje: Richard Eysenck
Tabla:Tabla media
Tema: #33 - Hermana
En el estudio de su padre hay una foto. Una foto en blanco y negro, con una de sus esquinas quemada y un par de arrugas blancas marcadas sobre el papel. Es una foto vieja, de esas de las que ya no hay y su padre la tiene en un marco de madera fina adornado con decorados dorados que parecen de oro y pegada al cristal siempre limpio.
Richard tenía una hermana, llamada Ruth. Una niña educada, dócil, gentil. Una niña que Franz amó, que su padre solía vestir con telas delicadas, con abrigos de terciopelo y de piel, con botas oscuras y aquel traje rojo de tiro. Rubia, de mirada brillante y sonrisa pequeña, orgullo de Franz, su hija y de Clary.
Cuando, a veces, Richard se cuela al interior del lugar, buscando la figura de autoridad, observa de reojo la imagen. A veces, cuando tiene tiempo, se queda mirándola y logra observar la cabellera clara que debió ser muy rubia y los ojos que en la foto son de un gris profundo, que él no sabe si fueron verdes o azules. Ocasionalmente se pregunta quién será esa niña que le sonríe desde un instante atrapado años atrás y se aventura a pensar en parientes, sin encontrar una respuesta satisfactoria.
Una hermana que murió dos años antes de que él llegara. Una a la que no conoció, que –se suponía- no tuvo relevancia en su vida, que no supo concebir, la que no imaginó tener. Una hermana que murió antes de que Heike conociera a Franz, muchísimo antes de que él existiese. Una a la que, si hubiese sabido, si alguien le hubiese dado a escoger, preferiría no conocer.
Una vez Richard quiso descubrir quién era y se dio a la tarea, buscando insistentemente algo de información. Pregunto primero a su tía, Dandicat -¿Quién es la niña de la foto?- pero ella le miró como si hubiese proferido una de esas blasfemias que merecían la excomulgación y musitó un “no debes saberlo” que le supo amargo. Ni Heike ni Erich le dijeron algo, ni siquiera Rhett quiso decirle quien era y cuando preguntó finalmente a Franz, supo que debió haberse quedado callado.
Su padre le había mirado, así, como a un animal pequeño y molesto, observándole desde arriba, sin bajar el mentón y apartándole un poco con él píe, sin pedirle en ningún momento que se levantase del suelo ni que apartara la mano de su rodilla, sin dejarle del todo abandonar aquella pose suplicante, sumisa, adoptada para la ocasión.
-“Te quiero”- Había dicho, con la sonrisa hipócrita y la mirada dura y Richard se obligó a bajar la vista, tratando de no morderse el labio para acallar cualquier reclamación – “Pero la próxima vez que preguntes, te golpearé, ¿comprendes?” – Palabras lentas, en un tono tan condescendiente que le asqueó en lo profundo –“Ahora sé buen chico y vete a estudiar”
- “¿Quién es ella?”- Pero insistió, sacando a relucir la necedad que tenía la obligación de ocultar. Vio la mano levantarse y esperó el golpe que nunca vino, sintiendo en su lugar el tacto rugoso de la mano de su padre en su mejilla, deslizándose lento, hasta su barbilla, haciéndole subir la vista.
- “Alguien que era mucho mejor que tú. Alguien que hubiese entendido que no tiene derecho a preguntar” – Y Richard odiaba ese tono suave y sentirse tratado como un niño, más que las palabras en sí, las que no pudo creer – “Ahora olvida el tema y lárgate”
Lo hizo, ambas cosas. Se marchó –primero de Inglaterra, después de Alemania- y olvidó –lo referente a la niña, lo referente a aquellos deseos inalcanzables- y así continuó delante.
Richard tuvo una hermana que murió asesinada. Una hermana a la que hubiese podido no odiar, tal vez, si la hubiese conocido o si hubiese muerto totalmente. Si Ruth no se hubiese quedado ahí, para siempre, mirándolo desde aquella foto maltratada y desde el fondo de la mirada de su propio padre, como burlándose, desde esa existencia inaccesible.
Fandom: Dies Irae
Personaje: Richard Eysenck
Tabla:Tabla media
Tema: #10 - Anhelo
Adv: Slash
La primera vez que lo besa, profundo, poca saliva y casi desesperado, encuentra el regusto lejano del vino –vino fino, del caro- que han estado bebiendo toda la tarde, hasta la noche. Sabe a alcohol, un poco dulce y tiene en sus labios la suavidad infinita de lo prohibido. William sabe a cosas que no debe hacer, a una fuerza de atracción a la que se ha resistido por años y más años y Richard se marea entre el beso porque sabe que está cayendo, profundo, a una oscuridad sin fondo que lo devora por completo.
El segundo beso es agresivo, es más un mordisco contra sus labios y le atrae con la mano en su nuca, mientras William cuela las manos bajo su camisa, aferrándose a algo y Richard cree escucharle musitar un nombre cuando cortan el beso por unos segundos. Por un instante no tiene miedo, no le importa nada, no siente pena ni vergüenza ni le preocupa el hecho de que está condenándose.
(Condenándose al infierno de los cristianos, desobedeciendo un par de mandamientos, violando aquello que su padre ha tratado de enseñarle y que el resto de la iglesia le ha mandado. Y sí, se pasa el Levítico por el forro, pero igual, tampoco es que la idea de irse al cielo le resultara atractiva. Muy aburrido para su gusto.)
Y si está condenándose al más profundo de los infiernos, más le vale hacerlo bien. Se muerde el labio cuando observa que el otro se arquea, ligeramente, soltando un murmullo que se asemeja más a un gemido bajo y cree que se derretirá cuando es William quien busca más contacto, quien rasguña en su espalda de manera casi dolorosa y él cuela la mano bajo la ropa interior. William le lastima, como siempre lo ha hecho, mordiendo, rasguñando, como seguirá haciéndolo, olvidándolo, desapareciéndolo. Richard sabe que no va a ser real, lo que suceda. De momento, quiere perderse en la fantasía.
Porque William es simplemente un objeto lejano e imposible, que no puede tomar. Es una muralla que alberga algo desconocido, infranqueable, un escudo demasiado fuerte que esconde una fragilidad increíble.
Richard huye, como un cobarde, cuando terminan, cuando el otro se corre en su mano y él no se atreve a hacer algo más, porque se odiaría por aprovecharse de esa manera. Cuando se moja la cara en el baño y observa su reflejo en el espejo, no es en su esposa en quien piensa –no piensa en que la ha engañado- ni en su pequeño hijo ni piensa tampoco en que en un par de días –uno o dos- ese idiota se casa y él volverá a marcharse, a dejarle, a tratar de olvidar. No piensa en nada realmente y cuando regresa a la sala, al piso alfombrado y observa al otro y limpia, le besa los párpados cerrados y acaricia el cabello humedecido, sabe que no hay más que hacer.
No pudo tenerlo, en ningún momento.
William es lo inaccesible, un deseo infantil, una representación de aquello que tanto quiso. Es sólo un anhelo que no puede conseguir, al que se rinde, por más que duela. Porque, William, es sencillamente inalcanzable.
Fandom: Dies Irae
Personaje: Richard Eysenck
Tabla:Tabla media
Tema: #50.- Odio
No es que fuese una persona vengativa, nunca lo ha sido. Ni que sepa siquiera identificar un sentimiento tan fuerte como aquellos. De alma templada, de emociones sin sobresaltos, con un espectro plano de vivencias importantes, no suele odiar.
No odia a su padre. No odia a su madre. No se odia ni siquiera a sí mismo de una manera constante. Si alguna vez lo hace, es un sentimiento efímero como un destello, más semejante al rayo que nace para desaparecer que a algo un poco más tangible. Y sin embargo, por esos instantes, lo hace. No lo denomina odio, es sólo, simplemente, un intenso malestar próximo a desaparecer.
Es el que siente cuando los ojos negros de Izumi se clavan en los suyos y se fuerza a contestar a esa sonrisa desagradable con una educada. Podría decir que lo odia, con más intensidad aún, cuando siente los dedos fríos sobre su mejilla, acariciando con una delicadeza inmerecida.
(Izumi le ha dicho que parece una muñeca. Le ha llamado títere toda la vida, burlándose de su falta de autonomía, de libre pensamiento, de voluntad. Richard sabe que lo que dice es cierto, pero aún así, le cuesta aceptar esa realidad)
- ¿Me tienes miedo?
- ¿Por qué debería tenerlo?
Richard no lo tiene. Es sólo repulsión la sensación que le embarga y algo parecido al odio el sentimiento que amenaza cegarle. Pero Richard sabe contener sus sentimientos –así como reprime sus emociones, sus sueños, su propio ser- y la sonrisa en sus labios lo oculta todo. Como la superficie de un lago, estática, por debajo corriente que nunca para.
- Los familiares se cuidan unos a otros, Richard. La familia...
No puede soportar esa sonrisa cínica y ese tono condescendiente con tinte cariñoso, falso en su totalidad, retorcido en esencia y perverso en naturaleza. No puede soportarlo y no lo intentará. Como todas sus conversaciones –esporádicas, porque no se buscan, cortas, porque no se soportan-, acaban de aquella manera, con su huída antes del descontrol, con la palabra victoria en los ojos de oscuridad. A Richard le humilla el perder. Le desagrada el huir, le desespera el flaquear.
No es que Richard fuese una mala persona, nunca lo ha sido, pero él se sabe algo corrupto, algo humano al fin y al cabo y el desear el mal a otros lo considera parte de su naturaleza. Después de todo, quizá, no es a Izumi a quien odia, sino a la propia esencia de ese ser, la naturaleza cruel, insana, infinitamente perversa arraigada a la sangre de Izumi. O quizá no es odio –posiblemente no lo sea- sino miedo de ver en realidad su interior -deseos, anhelos, lo que sería de no reprimirse a sí mismo- reflejado en ese hombre.
Después de todo, la misma sangre corre por sus venas.