Dies Irae. Tabla Media. #8
Aug. 10th, 2011 01:03 am![[personal profile]](https://www.dreamwidth.org/img/silk/identity/user.png)
Fandom: Dies Irae
Personaje: Richard Eysenck
Tabla: Tabla media
Tema: #08 - Orar
Notas: Richard de unos 8 años, yep. Y err, creo que no hay más que aclarar -w-u
Se trata de un rito cualquiera. De rodillas ante su cama, se postra ante la imagen de un Cristo de madera vieja y agacha la mirada, temeroso de los ojos vacíos de aquel cuerpo sobre la cruz manchado de sangre. Musita las palabras por inercia, sin entender apenas su significado y centra su oído para escuchar la voz suave de su madre que reza a su lado.
Su madre que no cree reza con una voz tan dulce que Richard piensa que emula la de los ángeles del cielo. Con la cabellera dorada cayendo cual cascada de oro húmeda del agua de la ducha y con los labios pálidos que se vuelven morados a causa del frío que se siente en casa aquella noche. Richard, aún con la mirada baja, se atreve a atisbar por el rabillo del ojo la faz de paz infinita de su madre y la admira.
Admira su hipocresía y su falsedad, admira su apariencia de ángel sempiterno que esconde tras de sí a la pecadora enferma que se oculta detrás de su beatífica faz. La completa dualidad que la envuelve, que es parte de él mismo, que es producto de la misma represión que a él le crea, que le conforma como un ser humano que no es más que un actor tras la máscara que le ha tocado.
Sus rezos se elevan hacia un creador que les mira indiferente, que tal cual los dioses primigenios no ve en la humanidad sino una existencia tan insignificante como para el hombre puede significar la de un simple insecto. Posiblemente menos. Richard alza la mirada, revestida de aquel instinto retador que a veces nace y observa a los ojos de pintura que se descasca de la cruz y el cristo roto. Desea romperlo y despedazarle, en muestra del poco peso que para él tiene en su vida aquella imagen. Blasfema interiormente mientras en sus labios la oración se esparce dulce por la habitación, captando la atención de su madre que le sonríe con aprobación.
En el momento preciso, la mano de su madre baja la cruz de madera desde lo alto y la deja a su alcance. El rezo se corta despacio y Richard no se atreve a despegar las manos unidas sobre la cama en la postura habitual del momento de oración. Echa un vistazo a su madre que le sonríe como si lo hiciese desde el fondo de su corazón y el niño puede corresponder a la sonrisa, como si él mismo tuviese un corazón.
Con suavidad toma la imagen que aún desea destrozar y sus labios se depositan sobre las heridas de aquella figura de madera que no es sino la representación de un mito, mismo que desearía romper. Hipócritamente, con falso amor, culmina el acto con una caricia suave sobre el pecho desnudo, musitando un ‘salva me’ apenas audible, antes de regresar la figura a su madre, que repite la acción que antes él ha hecho.
Es la rutina del tiempo de oración. La sarta de mentiras, y una lección para aprender a engañar a dios y a sí mismo.
Richard ve a su madre marchar antes de que él se quede dormido y con la luz mortecina de la luna que se cuela por la ventana, puede ver iluminadas las figuras que se amontonan en sus paredes y repisas. El cristo crucificado, la pálida virgen María, las decenas de ángeles que le observan de distintos lados, todos ellos vigilando, exigiéndole continuar con la mentira impuesta, recordándole que siempre hay alguien que observa.
Personaje: Richard Eysenck
Tabla: Tabla media
Tema: #08 - Orar
Notas: Richard de unos 8 años, yep. Y err, creo que no hay más que aclarar -w-u
Se trata de un rito cualquiera. De rodillas ante su cama, se postra ante la imagen de un Cristo de madera vieja y agacha la mirada, temeroso de los ojos vacíos de aquel cuerpo sobre la cruz manchado de sangre. Musita las palabras por inercia, sin entender apenas su significado y centra su oído para escuchar la voz suave de su madre que reza a su lado.
Su madre que no cree reza con una voz tan dulce que Richard piensa que emula la de los ángeles del cielo. Con la cabellera dorada cayendo cual cascada de oro húmeda del agua de la ducha y con los labios pálidos que se vuelven morados a causa del frío que se siente en casa aquella noche. Richard, aún con la mirada baja, se atreve a atisbar por el rabillo del ojo la faz de paz infinita de su madre y la admira.
Admira su hipocresía y su falsedad, admira su apariencia de ángel sempiterno que esconde tras de sí a la pecadora enferma que se oculta detrás de su beatífica faz. La completa dualidad que la envuelve, que es parte de él mismo, que es producto de la misma represión que a él le crea, que le conforma como un ser humano que no es más que un actor tras la máscara que le ha tocado.
Sus rezos se elevan hacia un creador que les mira indiferente, que tal cual los dioses primigenios no ve en la humanidad sino una existencia tan insignificante como para el hombre puede significar la de un simple insecto. Posiblemente menos. Richard alza la mirada, revestida de aquel instinto retador que a veces nace y observa a los ojos de pintura que se descasca de la cruz y el cristo roto. Desea romperlo y despedazarle, en muestra del poco peso que para él tiene en su vida aquella imagen. Blasfema interiormente mientras en sus labios la oración se esparce dulce por la habitación, captando la atención de su madre que le sonríe con aprobación.
En el momento preciso, la mano de su madre baja la cruz de madera desde lo alto y la deja a su alcance. El rezo se corta despacio y Richard no se atreve a despegar las manos unidas sobre la cama en la postura habitual del momento de oración. Echa un vistazo a su madre que le sonríe como si lo hiciese desde el fondo de su corazón y el niño puede corresponder a la sonrisa, como si él mismo tuviese un corazón.
Con suavidad toma la imagen que aún desea destrozar y sus labios se depositan sobre las heridas de aquella figura de madera que no es sino la representación de un mito, mismo que desearía romper. Hipócritamente, con falso amor, culmina el acto con una caricia suave sobre el pecho desnudo, musitando un ‘salva me’ apenas audible, antes de regresar la figura a su madre, que repite la acción que antes él ha hecho.
Es la rutina del tiempo de oración. La sarta de mentiras, y una lección para aprender a engañar a dios y a sí mismo.
Richard ve a su madre marchar antes de que él se quede dormido y con la luz mortecina de la luna que se cuela por la ventana, puede ver iluminadas las figuras que se amontonan en sus paredes y repisas. El cristo crucificado, la pálida virgen María, las decenas de ángeles que le observan de distintos lados, todos ellos vigilando, exigiéndole continuar con la mentira impuesta, recordándole que siempre hay alguien que observa.