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Título: Crosses (ni caso, canción que escuchaba)
Claim: Alexander Odergand + Franz Eysenck
Rating: PG
Nº Palabras: 1000
Notas: Ocurre pocos días después de la muerte de Ruth y Clary en 1968. Eso nada más, supongo XP

No tarda en encontrarle, a Eysenck. Alexander camina entre la gente, todo un mar oscuro sobre el fondo verde del pasto del cementerio, ataviados para la ocasión, lágrimas falsas, palabras hipócritas. Y ahí está él, el cabello rubio corto, los ojos verdes, opacos, mirada fija en el ataúd cerrado.

- Disculpen – Alexander avanza, hasta llegar a su lado y le abraza, con fuerza, durante interminables segundos en los que le ve quebrarse, siente el agarre firme en su saco y el suave temblor de sus piernas reacias a mantenerle en píe.

- Alex… - Susurra y él responde con un ‘shhh’ que se apaga gradualmente. La gente les mira, la gente, siempre presente, la sociedad.

- Tengo que hablar contigo. – A Franz le sorprende la fría calma, la falta de tono, la serenidad de aquella voz que susurra contra su oído al separarse. – En mi casa, hoy mismo.

Franz se limita a asentir y dejarle marchar cuando le suelta, cuando otras personas llegan a darle el pésame, a lamentar una tragedia que no les ha tocado. Dandicat –su hermana- le abraza con fuerza cuando el entierro empieza, avanza, la tierra cae sobre el féretro color caoba y sobre el pequeño blanco. Franz parece destrozado.

Alexander observa. Con los ojos rojizos sobre ambas fosas, con la mano de Yui sosteniendo la propia y un trozo, demasiado grande, de su corazón, herido.

* * *

Alexander huele a lavanda, es lo primero que procesa Franz cuando entra en el estudio y es el olor que le invade. Lavanda y crisantemos. Flor de cementerio.

Es un encuentro distinto al resto. No hay sonrisas, no hay risas, no hay todo aquello que una vez tuvieron. Alexander apenas le mira, sentado en el escritorio, montones de papeles acumulados y unos cuantos en sus manos.

- No fue un accidente – Alex sigue sin mirarlo y eso Franz lo agradece, porque sabe que no sabría enfrentar esos ojos. – No fue un accidente, las mataron.

Franz traga saliva y lo que se retuerce dentro de él es culpabilidad y un vacío que amenaza con devorarlo. Alexander le odia, en ese instante le odia y sabe que podría matarle, que podría desquitarse, pero eso no va a devolvérselas. Cuando levanta la vista, Franz se estremece y retrocede.

- ¿Por qué no me dijiste nada? – Comienza, calmado y es una máscara, porque ahí, en los ojos caoba, Franz ve la fluctuación de las emociones, el odio, la ira, la tristeza infinita, aquel dolor. No resistirá - ¡Pude haberte ayudado!

- No podrías haberlo hecho. – Nadie podía. Franz siente las pisadas en la madera y no vuelve a levantar la vista aún sabiendo que Alex está ahí, frente a él.

- Pude haberlas salvado – El tono no es ya neutro y el tinte de desesperación comienza a ser percibido en la irregularidad del volumen – Pude haberlas protegido. Ellas… ellas estarían vivas.

- No hubieras hecho nada, Alexander. – Franz niega y sólo alza la vista lo suficiente para arrepentirse. Lo suficiente para no frenar un impulso, irracional, estúpido y abrazarle, esperando el rechazo.

- Si me hubieses dicho yo… yo les hubiera ayudado. Hubiera luchado contigo, hubiera destrozado a esos malditos.

- No era tu problema – Franz comienza, en susurros que apenas se escuchan y Alex hace esfuerzos por mantenerse ahí, prestar atención, no derrumbarse. – Era mi familia, no la tuya.

- Eran mi familia. – A Franz le duele el repentino agarre en sus hombros y la presión de las uñas casi encajándose. – Tú eras mi familia, ella era la persona que más amé, Ruth… Ruth era como mi pequeña, Franz, nuestra niña. Y ahora…

La realidad le golpea, con fuerza y dejándole caer en un agujero oscuro y desconcertante.

- Están muertas.

Tiembla al decir las palabras y Alexander es quien le sostiene ahora. Y quizá no duela tanto. No le duela tanto. Ruth era su vida. Franz sabe que Alexander las amó, al borde de la idolatría, con todo el corazón. Clary era su esposa. Que Alex siempre estuvo enamorado de su esposa, que siempre veló por su felicidad, que hubiera hecho lo que sea por su bien. Están muertas. Es su culpa.

* * *

- ¿Yui lo sabe? – Franz pregunta, sentado en el sofá, cerca de la chimenea apagada, entre un silencio apenas irrumpido por alguna que otra conversación que muere en minutos. Alexander niega, despacio y Franz vuelve a acariciar su espalda, sintiendo contra su pecho la respiración irregular. – Lo imaginé.

De nuevo pasan los minutos, lentamente, pesados, antes de que Alexander sea quien hable, un susurro apenas audible contra el cuello de Franz.

- ¿Qué voy a hacer contigo? ¿Qué tengo que hacer contigo?

- Mátame.

Le parece que Alex sonríe, pero no puede saberlo y le siente negar, sin separarse de su cuerpo. Sigue acariciando, en círculos, despacio.

- No quiero perderte a ti también.

- Pero no puedes perdonarme.

- Nunca voy a perdonarte.

- Lo sé.

Es un eco, el silencio y el golpeteo de sus respiraciones entre la nada. Franz sabe que nadie le espera, ni en casa, ni en ningún otro sitio. Ni siquiera ahí, en casa de Odergand, es ya recibido. No quiere irse. Alexander sólo espera que se vaya.

* * *

Alexander se despide con un abrazo corto, impersonal, con palabras como murmullos dichas para ser escuchadas sólo por el rubio. Vete. No regreses. No quiero verte, Franz, no quiero odiarte. Y Franz asiente con una sonrisa falsa y se despide de Keiro, Emilie, Delilah, Yui.

Es sólo un mes después, pero está bien. Franz lleva un par de maletas, nada más, cuando sube al barco y su hermana, sus sobrinos, le desean un feliz viaje desde el muelle. Franz no quiere abandonar. No quiere, por sobretodo, sanar, ni intentarlo, ni luchar.

Cuando el barco parte, Alexander regresa a casa, cansado, dolido. Con el vacío llenando su cuerpo y él cree que eso que siente –que no siente- es convertirse poco a poco en nada, desvanecerse. Morir, lentamente.