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Fandom: Castillos en el cielo
Claim: Erin Eysenck
Tabla: ¿Qué pasaría?
Tema: 7. ¿Y qué si yo fuera el más amable demonio, algo en lo que tú quizá no creas?
—Crees conocerme, pero no es así.
Es lo que hacen cuando están juntos y nadie les ve. Estar juntos, quietos, cada quien en lo suyo, compartiendo el espacio. Cuando eran más pequeños jugaban. Antes de que ella fuese ante los ojos de él una niña, antes de que se formara poco a poco y sus curvas se mostraran distintas a las suyas.
Erin no sabe hacer, sin embargo, cosas de chicas. No porque no quiera y sea una rebelde; simplemente se le da todo mal. La costura, la pintura, el canto y los instrumentos. Sabe leer y escribir, pero tiene una ortografía que deja mucho que desear. No es una dama culta, aunque lo intenta. Por eso cuando nadie la está vigilando –cuando está sola con Edmond, que es lo más cerca a estar completamente sola que puede estar con alguien- se dedica a pensar, a jugar un poco como un chico.
Y al montar a caballo lo hace como chico, y juega y hace al animal trotar y correr, saltar y sentir el viento en la cara y la adrenalina y el miedo. No lo fuerza demasiado, pero su caballo es tan joven y es aún tan rebelde como todos los adolescentes.
—Te conozco lo suficiente como para saber que te gustaría este caballo.
Edmond la alcanza, montado en su caballo, mucho más domesticado, obediente y sumiso, como todos alrededor de él. Ella no se detiene, pero indica a su montura ir al trote.
—Eso no significa nada.
—Significa todo.
—No seas idiota, Edmond.
Pero él se ríe. Y ella frunce el ceño. Teme que sea verdad que la conozca, porque ella no se conoce a sí misma todavía y se asombra de sus propios sentimientos; no quiere creer que alguien sabe lo que es, porque posiblemente sea algo malo.
—Te pareces a Lilith.
—Ed, por favor…
Y él sigue riendo. Ella se lo ha escuchado otras veces. Y ella ha buscado, pero no entiende. Ni ella es Lilith ni él es Adán, ni existe una Eva. Frunce el ceño y hace a su caballo correr, ignorando los gritos de Edmond pidiéndole parar y tener cuidado. Como si ella lo escuchara alguna vez.
Se adentra un poco en el bosque vecino y avanza rápido, porque ella lo conoce –ella es una cazadora, en su corazón. Las armas la llaman, el rifle y la bayeta, una automática, quizá solo una escopeta. Las armas la llaman y ella escucha- pero Edmond no, así que cuando lo escucha seguirla, tratando de mantener su paso, se preocupa.
Se gira, solo un momento y hace a su caballo detenerse cuando ve que Edmond tiene problemas. En el momento lo ve tratar de agacharse para esquivar una rama que no ha visto, pero al siguiente lo ve tratando de aferrarse a esta para no caer cuando él no logra pasar, pero su caballo sí.
—No sabes montar a pelo — le dice ella y él no la escucha mucho, porque está concentrado tratando de clavar las uñas en la corteza. Ella se ríe, bajito, mientras lo mira caer. No ha sido tanto, pero le da mucha risa. Mucha. Y ya no se ríe bajito, sino alto, cuando se acerca, mirándolo hacia abajo.
Edmond no la conoce. Edmond no puede imaginar que dentro de ella nace esa sensación, un poco enferma, un poco necesaria, de saberse superior por un momento. Como si tuviera poder. Como si pudiera controlar su vida y quizá la de otros.
La tranquiliza saberlo. Y conociendo que Edmond no puede ver su corazón ennegrecerse, le extiende la mano para llevarlo de regreso al pueblo.
Claim: Erin Eysenck
Tabla: ¿Qué pasaría?
Tema: 7. ¿Y qué si yo fuera el más amable demonio, algo en lo que tú quizá no creas?
—Crees conocerme, pero no es así.
Es lo que hacen cuando están juntos y nadie les ve. Estar juntos, quietos, cada quien en lo suyo, compartiendo el espacio. Cuando eran más pequeños jugaban. Antes de que ella fuese ante los ojos de él una niña, antes de que se formara poco a poco y sus curvas se mostraran distintas a las suyas.
Erin no sabe hacer, sin embargo, cosas de chicas. No porque no quiera y sea una rebelde; simplemente se le da todo mal. La costura, la pintura, el canto y los instrumentos. Sabe leer y escribir, pero tiene una ortografía que deja mucho que desear. No es una dama culta, aunque lo intenta. Por eso cuando nadie la está vigilando –cuando está sola con Edmond, que es lo más cerca a estar completamente sola que puede estar con alguien- se dedica a pensar, a jugar un poco como un chico.
Y al montar a caballo lo hace como chico, y juega y hace al animal trotar y correr, saltar y sentir el viento en la cara y la adrenalina y el miedo. No lo fuerza demasiado, pero su caballo es tan joven y es aún tan rebelde como todos los adolescentes.
—Te conozco lo suficiente como para saber que te gustaría este caballo.
Edmond la alcanza, montado en su caballo, mucho más domesticado, obediente y sumiso, como todos alrededor de él. Ella no se detiene, pero indica a su montura ir al trote.
—Eso no significa nada.
—Significa todo.
—No seas idiota, Edmond.
Pero él se ríe. Y ella frunce el ceño. Teme que sea verdad que la conozca, porque ella no se conoce a sí misma todavía y se asombra de sus propios sentimientos; no quiere creer que alguien sabe lo que es, porque posiblemente sea algo malo.
—Te pareces a Lilith.
—Ed, por favor…
Y él sigue riendo. Ella se lo ha escuchado otras veces. Y ella ha buscado, pero no entiende. Ni ella es Lilith ni él es Adán, ni existe una Eva. Frunce el ceño y hace a su caballo correr, ignorando los gritos de Edmond pidiéndole parar y tener cuidado. Como si ella lo escuchara alguna vez.
Se adentra un poco en el bosque vecino y avanza rápido, porque ella lo conoce –ella es una cazadora, en su corazón. Las armas la llaman, el rifle y la bayeta, una automática, quizá solo una escopeta. Las armas la llaman y ella escucha- pero Edmond no, así que cuando lo escucha seguirla, tratando de mantener su paso, se preocupa.
Se gira, solo un momento y hace a su caballo detenerse cuando ve que Edmond tiene problemas. En el momento lo ve tratar de agacharse para esquivar una rama que no ha visto, pero al siguiente lo ve tratando de aferrarse a esta para no caer cuando él no logra pasar, pero su caballo sí.
—No sabes montar a pelo — le dice ella y él no la escucha mucho, porque está concentrado tratando de clavar las uñas en la corteza. Ella se ríe, bajito, mientras lo mira caer. No ha sido tanto, pero le da mucha risa. Mucha. Y ya no se ríe bajito, sino alto, cuando se acerca, mirándolo hacia abajo.
Edmond no la conoce. Edmond no puede imaginar que dentro de ella nace esa sensación, un poco enferma, un poco necesaria, de saberse superior por un momento. Como si tuviera poder. Como si pudiera controlar su vida y quizá la de otros.
La tranquiliza saberlo. Y conociendo que Edmond no puede ver su corazón ennegrecerse, le extiende la mano para llevarlo de regreso al pueblo.