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Fandom: Castillos en el cielo
Claim: Erin Eysenck
Tabla: ¿Qué pasaría?
Tema: 9. Soy el final del telescopio, no puedo cambiar para ajustarme a tu visión.
Edmond la abraza demasiado fuerte. La abraza con demasiada calidez, con demasiado cariño. La abraza como si quisiera salvarla y ella no puede. Porque Edmond la abraza para romperla y ella es frágil, tan frágil como un trozo de hielo en la escarcha, tan frágil como la imagen de un caleidoscopio, tan odiosamente frágil como las alas de una mariposa.
Se rompe y sus pedazos se esparcen por doquier, sus esquirlas se encajan en su carne –suya y de Edmond- y se derrite, mezclada con agua y sangre.
Llora.
Por horas, llora. Con la mano de Edmond en su nuca y el aroma de su colonia picándole la nariz. Llora, hasta que está cansada, hasta que se ahoga. Llora como la niña que nunca fue, llora lo que no lloró en la infancia. Llora por lo que no pudo ser y por lo que es. Llora por esa pequeña solitaria, por ese pájaro de alas rotas, por esa crisálida macerada. Hasta que se adormece y se siente casi muerta, pero desgraciadamente viva.
—Todo esto es tu culpa.—Le susurra a Edmond. No tiene fuerzas siquiera para decirlo con odio y le sabe una suave indiferencia—Todo esto es tu culpa. Quieren que sea para ti, pero no lo soy…
—Yo te quiero, Erin. Yo podría hacerte feliz.
Ese no es el problema. Ese no es.
—Abre los ojos, Edmond. Por favor, abre los ojos. Mírame, maldita sea.
—Te estoy viendo.
—¡No me estás viendo!
Si tuviera más fuerza, se soltaría de inmediato, pero no puede. Siente su cuerpo tan laxo como el de una muñeca de trapo. No sabía que llorar era tan cansado. Ni siquiera es capaz de enfocar correctamente, tan enrojecidos tiene los ojos que le arden hasta los párpados.
—Tú no te estás viendo, Erin. ¡Eres capaz!
—¡Pero no quiero serlo!
Se rompe un poquito al admitirlo. Y eso que no dice que tiene miedo. Que está asustada. Que no puede dar un paso más al frente, porque no va a cambiar, porque tiene miedo de cambiar, porque tiene miedo de admitir que ha perdido la fe en sí misma. No lo va a intentar.
—Erin, yo puedo, por los dos…
—No.
—Yo te amaré y…
—No.
—Eres mucho mejor de lo que crees.
—No. No. No. No. No…
Susurra, quedito, toda la noche y al amanecer, cuando el sol los encuentra todavía ahí; Edmond sin querer rendirse –es un Odergand y se aferrará a su clavo ardiente hasta que le destroce la mano; entonces lo sujetará con la otra- y ella sin querer vivir pero sin voluntad siquiera para matarse.
Claim: Erin Eysenck
Tabla: ¿Qué pasaría?
Tema: 9. Soy el final del telescopio, no puedo cambiar para ajustarme a tu visión.
Edmond la abraza demasiado fuerte. La abraza con demasiada calidez, con demasiado cariño. La abraza como si quisiera salvarla y ella no puede. Porque Edmond la abraza para romperla y ella es frágil, tan frágil como un trozo de hielo en la escarcha, tan frágil como la imagen de un caleidoscopio, tan odiosamente frágil como las alas de una mariposa.
Se rompe y sus pedazos se esparcen por doquier, sus esquirlas se encajan en su carne –suya y de Edmond- y se derrite, mezclada con agua y sangre.
Llora.
Por horas, llora. Con la mano de Edmond en su nuca y el aroma de su colonia picándole la nariz. Llora, hasta que está cansada, hasta que se ahoga. Llora como la niña que nunca fue, llora lo que no lloró en la infancia. Llora por lo que no pudo ser y por lo que es. Llora por esa pequeña solitaria, por ese pájaro de alas rotas, por esa crisálida macerada. Hasta que se adormece y se siente casi muerta, pero desgraciadamente viva.
—Todo esto es tu culpa.—Le susurra a Edmond. No tiene fuerzas siquiera para decirlo con odio y le sabe una suave indiferencia—Todo esto es tu culpa. Quieren que sea para ti, pero no lo soy…
—Yo te quiero, Erin. Yo podría hacerte feliz.
Ese no es el problema. Ese no es.
—Abre los ojos, Edmond. Por favor, abre los ojos. Mírame, maldita sea.
—Te estoy viendo.
—¡No me estás viendo!
Si tuviera más fuerza, se soltaría de inmediato, pero no puede. Siente su cuerpo tan laxo como el de una muñeca de trapo. No sabía que llorar era tan cansado. Ni siquiera es capaz de enfocar correctamente, tan enrojecidos tiene los ojos que le arden hasta los párpados.
—Tú no te estás viendo, Erin. ¡Eres capaz!
—¡Pero no quiero serlo!
Se rompe un poquito al admitirlo. Y eso que no dice que tiene miedo. Que está asustada. Que no puede dar un paso más al frente, porque no va a cambiar, porque tiene miedo de cambiar, porque tiene miedo de admitir que ha perdido la fe en sí misma. No lo va a intentar.
—Erin, yo puedo, por los dos…
—No.
—Yo te amaré y…
—No.
—Eres mucho mejor de lo que crees.
—No. No. No. No. No…
Susurra, quedito, toda la noche y al amanecer, cuando el sol los encuentra todavía ahí; Edmond sin querer rendirse –es un Odergand y se aferrará a su clavo ardiente hasta que le destroce la mano; entonces lo sujetará con la otra- y ella sin querer vivir pero sin voluntad siquiera para matarse.