Dies Irae. Tabla Media. #21 y #16
Aug. 10th, 2011 12:57 am![[personal profile]](https://www.dreamwidth.org/img/silk/identity/user.png)
Fandom: Dies Irae
Claim: Richard Eysenck
Tabla:Tabla media
Tema: #21 - Únicamente
- Te llamaré.
Con esas palabras Odergand se había despedido, guardándose, casi con descuido, el trozo de papel donde había anotado el número de teléfono que Richard acababa de darle. Y aunque había sonado sincero, Richard sabía que no era verdad. Cuando subió al avión, lo tenía muy presente en su mente y su corazón se había resignado. No llamaría.
-
Richard reconoce que su corazón no está tan muerto como desearía. Aún cuando lo imagina apuñalado, en realidad late dentro de su pecho y se estremece cuando ve su reloj y calcula y sabe que William está en casa a esas horas.
Por encima de los libros que debe estudiar, el teléfono se alza y parece tentarle. Si no llama él, piensa, debería llamar yo. Pero el pensamiento es fugaz, porque él mismo se encarga de destruirlo cuando razona que no tiene sentido.
Muy en el fondo, piensa que William fue el que dijo que llamaría y que le corresponde esperar. Y esperar. Sólo esperar. Inútilmente.
-
Es gris, el cielo y hace frío en el ambiente, pero Joanna, semi desnuda a su lado, se siente cálida y él esconde las manos bajo su espalda y entre sus cabellos. De vez en cuando, deja que sus manos bajen al abdomen firme y repiquetea en su cadera, escondiendo en su cuello una sonrisa cansada de tanto existir sin causa.
- Déjalo sonar.- Musita él, cuando a sus oídos llega el sonido disperso del ring ring del teléfono en la estancia.
- Pero…
- No es nadie.- Y siente la tensión desvanecerse con suavidad cuando su prometida asiente despacio, dubitativa, pero obediente y sigue recostada. Dos, tres timbres más, y el silencio se instaura.
- Richard… - Gruñe, en contestación.- ¿Y si era…?
No lo era. Sabe que no.
-
Cuando nace Marshall, tiene la tentación de llamarle. De informarle de alguna manera. De decirle que ahora entiende y de decirle que siempre tuvo razón, cuando, años antes, le había golpeado por lo hecho a Joanna.
Rememora el golpe seco contra su mejilla y el fuego en los ojos casi rojos que le miraron aquella vez. Rememora la intensidad del odio y el sazón agridulce de la decepción que percibió en su mirada. Eso que es más, mucho más de lo que tiene ahora.
Pero no llama. Franz se encarga de todo. Como siempre.
Y en el calendario, Richard marca un año cumplido desde la última vez.
-
Aunque sabe que no es su culpa, no puede evitar sentirse mal cuando él le llama para decirle eso.
- Richard…- Porque su voz suena seca, porque se quiebra a momentos. Pero Richard se da cuenta de su ansia, de la alegría infundada que le prodiga escucharle una vez más.- Yaotzin tuvo un accidente y… ella no…
Lo entiende. Lo que está diciendo lo comprende y lo siente como un golpe. Un golpe que es minimizado por el hecho de que ha llamado. Porque Richard sabe que esperaba esa llamada, muy dentro esperaba que pasara. Contra todos sus pronósticos, la deseaba. Y ahí está y no es alegre, pero es su voz, son sus palabras. Es su William.
- El funeral es el martes. Si puedes, ven. Tengo que… avisar a otros. Adiós. – Y no espera contestación y pronto lo que escucha es el sonido del corte y el fin.
-
Sabe que no es su culpa, pero no se siente tranquilo. Joanna acaricia sus cabellos con suavidad y Marshall duerme sobre su pecho, acurrucado por el rítmico subir y bajar de su respiración. No se siente bien, porque no puede dejar de sonreír. Tampoco se quita las ganas de llorar.
- Yaotzin está muerta.- “mi niña está muerta”, agrega en su mente y Joanna sólo guarda silencio, besando sus mejillas con suavidad.
Quiere llorar porque no importa. Porque la muerte de su pequeña no duele, porque el dolor de su partida es eclipsado. Porque es un sacrilegio a su memoria y un insulto a su vida. Un golpe contra todo aquello que la fallecida quiso. Pero no puede evitarlo.
Está feliz.
- Odergand llamó.
Porque no importa que Yaotzin esté muerta.
Únicamente deseaba escucharle.
Fandom: Dies Irae
Personaje: Richard Eysenck
Tabla:Tabla media
Tema: #16- Realidad
A veces le sorprende percatarse del sonido de su propia respiración irrumpiendo el silencio de la alcoba. A veces, se sorprende pensando en él mismo, en lo que dejó, en lo que desea. Son esas veces en las que su razón le traiciona y deja salir, por instantes pequeños, aquellos sueños y deseos que ha enterrado en lo profundo de su ser, ahí, esperando que mueran en silencio, piadosamente.
Imagina lo que desea. Se imagina allá, en Inglaterra todavía. Puede ver el paisaje de la playa y escuchar el golpeteo de las olas contra la costa. Puede vislumbrar a William en la orilla, centrado en su castillo de arena, a Loren juntando conchas para adornarlo. Ve a Joanna y a Gabrielle jugando voleibol y siente el brazo de Yaotzin halando el propio para llevarle a la profundidad del océano.
Puede escuchar las risas que chocan contra su cuello. Puede apreciar la mirada marrón que William le dirige, no indiferente, ya no vacía. Nota en el cristal de su mirada la cicatriz eterna de aquel verano juntos, de las tardes frente al televisor y las noches cálidas en la habitación viciada de sándalo y fresa. Y Yaotzin sigue riendo a su lado y atrapa su cuerpo y le arrastra y él no se opone, no lo hace, porque es su niña. Suya.
Entonces va, de espalda al atardecer y en sus ojos se queda la visión y el recuerdo, en su paladar el sabor de la sal y el tacto rugoso de la arena bajo sus pies mientras se disuelve como estatua de cal, mientras desaparece y el nácar de sus huesos se asienta en el fondo del arrecife.
Pero despierta. Y se encuentra solo, en la cama, con la nota de Joanna anunciando que ha dejado el desayuno hecho y en el contestador parpadeando el número de su padre.
Claim: Richard Eysenck
Tabla:Tabla media
Tema: #21 - Únicamente
- Te llamaré.
Con esas palabras Odergand se había despedido, guardándose, casi con descuido, el trozo de papel donde había anotado el número de teléfono que Richard acababa de darle. Y aunque había sonado sincero, Richard sabía que no era verdad. Cuando subió al avión, lo tenía muy presente en su mente y su corazón se había resignado. No llamaría.
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Richard reconoce que su corazón no está tan muerto como desearía. Aún cuando lo imagina apuñalado, en realidad late dentro de su pecho y se estremece cuando ve su reloj y calcula y sabe que William está en casa a esas horas.
Por encima de los libros que debe estudiar, el teléfono se alza y parece tentarle. Si no llama él, piensa, debería llamar yo. Pero el pensamiento es fugaz, porque él mismo se encarga de destruirlo cuando razona que no tiene sentido.
Muy en el fondo, piensa que William fue el que dijo que llamaría y que le corresponde esperar. Y esperar. Sólo esperar. Inútilmente.
-
Es gris, el cielo y hace frío en el ambiente, pero Joanna, semi desnuda a su lado, se siente cálida y él esconde las manos bajo su espalda y entre sus cabellos. De vez en cuando, deja que sus manos bajen al abdomen firme y repiquetea en su cadera, escondiendo en su cuello una sonrisa cansada de tanto existir sin causa.
- Déjalo sonar.- Musita él, cuando a sus oídos llega el sonido disperso del ring ring del teléfono en la estancia.
- Pero…
- No es nadie.- Y siente la tensión desvanecerse con suavidad cuando su prometida asiente despacio, dubitativa, pero obediente y sigue recostada. Dos, tres timbres más, y el silencio se instaura.
- Richard… - Gruñe, en contestación.- ¿Y si era…?
No lo era. Sabe que no.
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Cuando nace Marshall, tiene la tentación de llamarle. De informarle de alguna manera. De decirle que ahora entiende y de decirle que siempre tuvo razón, cuando, años antes, le había golpeado por lo hecho a Joanna.
Rememora el golpe seco contra su mejilla y el fuego en los ojos casi rojos que le miraron aquella vez. Rememora la intensidad del odio y el sazón agridulce de la decepción que percibió en su mirada. Eso que es más, mucho más de lo que tiene ahora.
Pero no llama. Franz se encarga de todo. Como siempre.
Y en el calendario, Richard marca un año cumplido desde la última vez.
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Aunque sabe que no es su culpa, no puede evitar sentirse mal cuando él le llama para decirle eso.
- Richard…- Porque su voz suena seca, porque se quiebra a momentos. Pero Richard se da cuenta de su ansia, de la alegría infundada que le prodiga escucharle una vez más.- Yaotzin tuvo un accidente y… ella no…
Lo entiende. Lo que está diciendo lo comprende y lo siente como un golpe. Un golpe que es minimizado por el hecho de que ha llamado. Porque Richard sabe que esperaba esa llamada, muy dentro esperaba que pasara. Contra todos sus pronósticos, la deseaba. Y ahí está y no es alegre, pero es su voz, son sus palabras. Es su William.
- El funeral es el martes. Si puedes, ven. Tengo que… avisar a otros. Adiós. – Y no espera contestación y pronto lo que escucha es el sonido del corte y el fin.
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Sabe que no es su culpa, pero no se siente tranquilo. Joanna acaricia sus cabellos con suavidad y Marshall duerme sobre su pecho, acurrucado por el rítmico subir y bajar de su respiración. No se siente bien, porque no puede dejar de sonreír. Tampoco se quita las ganas de llorar.
- Yaotzin está muerta.- “mi niña está muerta”, agrega en su mente y Joanna sólo guarda silencio, besando sus mejillas con suavidad.
Quiere llorar porque no importa. Porque la muerte de su pequeña no duele, porque el dolor de su partida es eclipsado. Porque es un sacrilegio a su memoria y un insulto a su vida. Un golpe contra todo aquello que la fallecida quiso. Pero no puede evitarlo.
Está feliz.
- Odergand llamó.
Porque no importa que Yaotzin esté muerta.
Únicamente deseaba escucharle.
Fandom: Dies Irae
Personaje: Richard Eysenck
Tabla:Tabla media
Tema: #16- Realidad
A veces le sorprende percatarse del sonido de su propia respiración irrumpiendo el silencio de la alcoba. A veces, se sorprende pensando en él mismo, en lo que dejó, en lo que desea. Son esas veces en las que su razón le traiciona y deja salir, por instantes pequeños, aquellos sueños y deseos que ha enterrado en lo profundo de su ser, ahí, esperando que mueran en silencio, piadosamente.
Imagina lo que desea. Se imagina allá, en Inglaterra todavía. Puede ver el paisaje de la playa y escuchar el golpeteo de las olas contra la costa. Puede vislumbrar a William en la orilla, centrado en su castillo de arena, a Loren juntando conchas para adornarlo. Ve a Joanna y a Gabrielle jugando voleibol y siente el brazo de Yaotzin halando el propio para llevarle a la profundidad del océano.
Puede escuchar las risas que chocan contra su cuello. Puede apreciar la mirada marrón que William le dirige, no indiferente, ya no vacía. Nota en el cristal de su mirada la cicatriz eterna de aquel verano juntos, de las tardes frente al televisor y las noches cálidas en la habitación viciada de sándalo y fresa. Y Yaotzin sigue riendo a su lado y atrapa su cuerpo y le arrastra y él no se opone, no lo hace, porque es su niña. Suya.
Entonces va, de espalda al atardecer y en sus ojos se queda la visión y el recuerdo, en su paladar el sabor de la sal y el tacto rugoso de la arena bajo sus pies mientras se disuelve como estatua de cal, mientras desaparece y el nácar de sus huesos se asienta en el fondo del arrecife.
Pero despierta. Y se encuentra solo, en la cama, con la nota de Joanna anunciando que ha dejado el desayuno hecho y en el contestador parpadeando el número de su padre.