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Fandom: Dies Irae
Personaje: Richard Eysenck
Tabla: Tabla media
Tema: #07 - Máscara
Notas: Sobre edades, Richard aquí tiene unos dieciseis años. Igual Allan.

- Así que esto hay detrás de la sonrisa. – Richard puede escuchar la voz demasiado ácida de Allan, observándole limpiarse aquella pequeña traza de sangre que escurre de sus labios con el dorso de su mano. Aunque él ha provocado la herida, a Richard no le causa mucha gracia y al contrario, Allan parece estar demasiado divertido por el asunto. – El hijito de papi sabe golpear, qué sorpresas.

- Cierre la boca.- El tono es frío y casi muerto; retrocede, despacio, hasta topar con la puerta cerrada y recargar en ella su espalda, sin despegar la vista del otro que no tarda en acercarse, con la mirada arrogante, observándole como se observa a un trozo de papel que ya no sirve.

Observándole igual que lo hace su padre muchas veces, con algo que no llega siquiera a desprecio.

- Detrás de la sonrisa estás llorando, ¿me equivoco? – Richard aprieta los labios y eso el otro lo toma como una respuesta afirmativa y suelta la risa fresca y maliciosa que se dispersa por la habitación. – Eres igual que la puta de William. Una nenaza.

- Mortimer, si no deja de insultarme… - Advierte, aunque lo sepa inútil.

- ¿Volverás a golpearme, Richard? ¿Volverá a rasguñarme el gatito, eh? – Escupe las palabras contra su rostro, tan cerca que puede observar los pliegues de la piel de sus labios y el sutil movimiento que hace al mojarlos con la punta de la lengua. – Admítelo, he visto detrás de tu máscara. Tus ojos son transparente, Eysenck, puedo verte, ¿no te da miedo?

- ¿Qué podría temer de usted? – Es firme al hablar y su mirada sube hasta los ojos castaños de su interlocutor, sin flaquear, sin desviarla, ni siquiera al momento de sentir la mano acariciando suavemente su mejilla en una caricia burlona.

- Tanto, pequeño, tanto.- Susurra como lo hace el viento y sonríe como un puto pervertido. – Podría… decirlo. Podría demostrarlo. Que el Richard Eysenck que todos conocen es una mentira, que la perfección que muestras es falsa y que estás lleno de basura; demostrarlo sería fácil. Construir la muralla cuesta, pero destruirla… - Chasquea con la lengua y se ríe después.

Richard permanece inmóvil, vista fija en él pero sin verlo y se pregunta por momentos si será cierto que todo acabará de esa manera, que todo su esfuerzo no valdrá la pena y tampoco habrá servido de algo el destrozarse a sí mismo en el proceso.

- Lo noto, la manera en que ves a William. Dices que no, pero le quieres, lo negarás, pero lo deseas. ¿Cuántas veces no has soñado con follártelo toda la noche y hacerle temblar, gritar, llorar incluso? Seguro que eres tan enfermo como tu primo, Youji. Y lo de Joanna, ¿crees que no me enteré? Todo se sabe.

- ¿Qué quiere?

No puede sino rendirse, no puede más que perder y admitir que aquel idiota ha atisbado más allá de lo que puede permitirse. La caricia en su mejilla se hace más presente y los dedos rozan su piel, cariñosamente. Baja la vista, humillado y espera, siente la mano que baja hasta su cuello y presiona, apenas haciendo una marca rojiza por la presión pero que no le impide respirar aún.

- Debiste nacer como chica, Richard. Lo que me hubiera gustado follarte…

- ¿Qué quiere?

Allan se acerca demasiado, susurra la orden rozando el lóbulo de su oreja y a Richard le tiembla el corazón, por un instante.

- ¿Qué me dices, lacayo?

- Lo tendrá.

Tiene que hacerlo, para proteger la máscara.


Fandom: Dies Irae
Personaje: Richard Eysenck
Tabla: Tabla media
Tema: #22 - Traidor
Notas: continuación del anterior.

El asunto es relativamente sencillo. Se trata sólo de acceder a los datos del hospital en que trabaja su padre y facilitar la información a Allan. Fácil, habiendo logrado colarse en el registro del hospital tras haber adivinado la contraseña de Franz y tomado su credencial un rato.

Richard sabe que al reporte sólo deben imprimirlo y enviarlo. Eso, y él no será responsable de lo que pueda suceder. Sólo que no es así.

Está demasiado enterado de lo que pasará como para creer que no será culpable.

Será cómplice de algo malo, lo sabe. La sola idea le enferma, le hace sentir tan basura como Izumi, pero peor, porque es cobarde, porque al menos Izumi lo disfruta y a él le puede.

Recarga por completo la espalda contra el respaldo mullido de la silla giratoria de la oficina del hospital, entrecerrando los ojos, atento ante cualquier sonido que le alerte de posibles autoridades que puedan descubrirle. De noche en el hospital no hay mucha gente, pero la que está es curiosamente precavida.

Sin embargo, confían en él.

Si supieran lo que va a hacer, ¿aún podrían perdonarle y mirarle de la misma forma en que lo hacen?

Sabe que no.

Suelta un suspiro que se escapa por la ventana entreabierta, que choca contra el enrejado de la misma. Vuelve la vista al monitor, grabándose en la memoria la fotografía que acompaña al expediente, que tiene su dirección, el historial médico, la habitación en la que está, los horarios de las consultas y la cercana operación a la que le someterán.

Tres personas más, esposa, hijos; acompañan al primer expediente y Richard siente miedo. De lo que pasará cuando Allan tenga la información.

Más que traicionar la confianza de quienes le rodean, sabe que traicionará sus propios principios y el golpe contra su espíritu puede ser mortal. Contra su estima, como una violación a sus valores.

“Todo sea por el bien mayor” trata de convencerse. “Debe haber pérdidas para que existan ganancias”, pero es sólo una excusa barata para justificar ese instante, cuando la impresora hace aquel ruido que se le antoja a un volumen increíble y suplica con los ojos cerrados que nadie le descubra.

Cuando sale de ahí, verifica en los pasillos y corre tratando de no hacer ruidos, hasta la sala de espera del primer piso. Una enfermera le reconoce y le sonríe, acercándose, casi coqueta y se toma la confianza de posar la mano en su hombro. Pregunta por el sobre Manila que lleva y Richard se limita a quejarse de la exorbitante cantidad de deberes que le dejan últimamente y se ríe, como si fuese cierto.

Espera una hora más, hasta que ve a su padre salir del elevador y reconoce la mirada indiferente que él ya mira natural. “Las llaves”, dice Richard, “olvidé las llaves de casa y mamá no está, así que…” Se lleva un golpecito que a cualquier mirada ajena parece cálido y juguetón y pronto están regresando a casa.


- Lo tienes. – Allan invade su espacio personal, al día siguiente a la salida del colegio. – Se te ve en la cara, te arrepientes, ¿cierto?

- Tómelo de una vez y lárguese, Mortimer.

Odia esa risa y ese aroma a tabaco fresco que emana de los labios del heredero. Odia más que se detenga a tocar su mano cuando le entrega el sobre y detesta más la palmada cariñosa que el otro le regala, como si la necesitase.

- No habrá más encargos de este tipo. –No es una pregunta, sino una afirmación y Allan asiente, visiblemente divertido.

- Nunca más. – Promete y quizá sea mentira, pero Richard prefiere creer. – Ahora, alégrate, nos has ayudado a dejar el camino libre para nuestros negocios.

- … Se refiere a… - Se calla, no debe hablar. Ni de las drogas o los asesinatos, tampoco del dinero sucio ni de los negocios turbios en los que ahora se ha visto implicado, sin desearlo.

- No dejes de ver las noticias, Eysenck. – Ríe, casi ladrando y se marcha.

Richard siente un vacío en el estómago que no se va, que crece y finalmente le destroza cuando, días después, lee el nombre del paciente en el obituario. Los hijos de puta de los Shaanxi u Odergand o alguno de ellos, lo han hecho parecer un accidente. Algo le hace pensar que aquello no es sino el principio de lo que vendrá.

Se arrepiente.

¿Se ha traicionado –ha acabado con su moral- por esa basura de personas?